domingo, 22 de febrero de 2009

Ruta del Arcipreste, VIII bis.

Este sábado 21 de febrero, hemos caminado la ruta que denominamos VIII bis, de Segovia a Otero de Herreros, por lo que se dice a continuación:
Dice el Arcipreste de Hita que, cuando regresó de Segovia a su tierra, queriendo atravesar el puerto de la Fuenfría, se perdió por el camino: “Pensé tomar el puerto que llaman la Fuenfría / y equivoqué el camino, como quien no sabía”. Nosotros (el grupo montañero de la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid), en esta etapa, hemos
querido hacer el recorrido que, supuestamente, hizo el Arcipreste desde Segovia hasta Otero de Herreros. Por eso, tomamos la calzada romana –que más adelante salta la sierra por el puerto de la Fuenfría y lleva a Cercedilla–, para luego desviarnos por la Cañada Occidental Soriana, en dirección a Otero de Herreros.
Partimos de las afueras de Segovia, donde está el Cuartel de Baterías de la Academia de Artillería (830 m. de altitud). En el descampado próximo hay un piedrolo de considerables dimensiones, puesto allí a mayor gloria de aquel ministro ensoberbecizo que se llamaba Álvarez Casco. El texto epigráfico hace alusión a un supuesto “bosque de Correos”, que debió ser un proyecto de repoblación forestal que nunca existió más que como justificación de tan pretencioso monumento. Algún compañero de marcha dijo allí, con ironía maliciosa, que debía referirse a un “bosque de grúas”, porque otra cosa no se podía esperar, viniendo de tal ministro… Total, que el meño sigue allí en pie, cuando lo decente sería condenar al pretencioso ministro a la
damnatio memoriae.
Nuestro camino, también antigua cañada sobre la más antigua calzada romana, pasa sobre la nueva línea de AVE, que es una inmensa llaga en el paisaje. Pasamos junto al Rancho del Feo, un antiguo rancho de esquileo. A lo largo de la cañada encontraremos alguno más. Son los ranchos donde se esquilaban las ovejas merinas de la Mesta que transitaba buscando los pastos de montaña, y que fueron la gran industria medieval de Castilla. Lanas que se exportaban por los puertos del Cantábrico hacia Europa, y fuente de la riqueza de la época.
Poco antes de llegar al Rancho de Santillana y el cerro de Matabueyes, que dejaremos a nuestra espalda por la izquierda, nos encontramos con la Calzada Occidental Soriana (marcada como GR 88) y hacemos un giro de 90 grados hacia la derecha, para embocar esta cañada. Una depresión en el terreno nos va acercando hacia el embalse de Revenga, alimentado por el río Frío. Hasta ahora nos hemos movido por un pasaje de dehesas, con ganadería, bosquetes de encinas y jara pringosa. Ya en el pantano –antes de llegar a él pasamos por el Rancho de Marianín– la vegetación cambia, dando paso a tierra de pinares y praderías. Por aquellos parajes debió tropezarse Juan Ruiz con Gadea de Riofrío: “Por el pinar abajo encontré una vaquera / que guardaba sus vacas en aquella ribera / Dije: “ante vos me humillo, serrana placentera / o me quedo con vos o mostradme carrera”. Parece que a la sañuda Gadea no le hizo gracia la autoinvitación del Arcipreste, ya que ella le arreó un golpe con el cayado cerca del pestorejo y le dejó la oreja "marchita": “Me pareces muy sandio, pues así te convidas / no te acerques a mí, antes toma medidas / que si no, yo te haré que mi cayado midas: / si te cojo de lleno, verás que no lo olvidas”. Bien es cierto que el embalse es cosa de estos siglos, y que el pinar responde a la política de reforestación del pasado siglo, pero el Arcipreste no da más señas, así que el lugar lo damos por bueno, a menos que él o la vaquera Gadea nos desmientan.
La cañada mantiene la anchura que los privilegios reales concedieron a esta autopista de ganados: 90 varas castellanas (unos 80 metros) de pastos finos a lo largo del pie de monte. Sorprende que, después de tantos siglos, nadie la haya esquilmado y mantenga todavía sus dimensiones. En la foto (oscura, porque el día tenía mala luz) que acompaña a este texto puede apreciarse la gran anchura que tiene. Uno ha recorrido ya muchas cañadas y la mayoría de ellas queda reducida a la anchura de un camino normal porque la codicia de los dueños de las fincas próximas ha ido arañándoles terreno con el paso del tiempo.
Durante la primera parte de nuestro camino hemos tenido frente a nosotros, y un poco a la izquierda, el Montón de Trigo y, poco más allá, el perfil de la Mujer Muerta, cubiertos de nieve. A partir de aquí, nos vamos alejando de este macizo de la Sierra, buscando el extremo de la sierra de Quintanar, y cruzamos el río Peces, porque al final de ella encontraremos el pueblo de Otero de Herreros. Muy próximo a este pueblo serrano está el despoblado de Ferreros, a donde la serrana encaminó al Arcipreste: “Anduve cuanto pude, de prisa, los oteros, llegué con sol, temprano, a la aldea de Ferreros”.
De la aldea de Ferreros, hoy finca particular, no quedan en pie más que parte de los lienzos de la iglesia y vestigios de alguna casa. El arco toral de la iglesia lo trasladaron a una propiedad privada que hay en mitad de Otero de Herreros y se puede ver el arco en lo que sobrepasa la tapia de dicha finca. También le he hecho un par de fotos, que conservo como recuerdo de esta marcha.
Nosotros llegamos con bien a Otero de Herreros. En el bar de la plaza nos tomamos un cafelito caliente antes de montarnos en el bus de regreso a casa. ¡Ah! y no tuvimos que pagar el peaje carnal que Gadea de Riofrío exigió a Juan Ruiz por darle cobijo y comida. Que encima, el pobrete no supo cumplir, y así nos lo dice: "Hospedóme y diome vianda / pero pagar me la hizo. / Como no cumplí su demanda / dijo: “¡Ruin, gafo, cenizo / Mal me salió la demanda! / ¡Dejar por ti al vaquerizo!
Para saber más de la Ruta del Arcipreste habrá que esperar a que aparezca el libro del mismo nombre, escrito por Guillermo García Pérez, quien ha dirigido esta etapa. Esperemos que en la próxima Feria del Libro el editor lo haya lanzado ya. Así sabremos qué caminos hemos de seguir para revivir, a golpe de bota montañera, el periplo literario de Juan Ruíz.

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