miércoles, 20 de octubre de 2010

DNI

Qué pesado es el señor del blog este, pensarán los improbables lectores que lean esta entrada. Verán en ella que vuelvo a hablar de asuntos jubilatas. Conste que no es por obsesión enfermiza, que uno lleva con mucha sandunga lo de las artrosis repartidas por su aparato locomotor y no acostumbra a quejarse; es porque la realidad – en este caso la realidad burocrática – se empeña en mostrarme, a veces como por casualidad, que algunas formas de vida que uno conoció han terminado en el baúl del olvido. Incluso para la Administración, cuyo tempo es más lento que el de la propia sociedad.
El asunto es que este lunes pasado he ido a la comisaría de Ventas a renovar el carné de identidad. El que he tenido durante los últimos 10 años mostraba a un hombre con pelo negro (todo el pelo en su sitio) y barba negra y bien poblada. Cada vez que lo sacaba para identificarme, siempre tenía el temor de que me lo rechazaran porque aquel retrato mantenía una lozanía que no se correspondía con mi fisonomía actual. Venía a ser como la obra de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, pero con la trama invertida. Al paso de los años yo acumulaba arrugas, perdía pelo y ganaba canas, mientras que la foto del DNI seguía mostrando la tersura de la piel y las pilosidades cabelludas y barbadas negras y al completo. Un drama.
Es lo que tienen las fotos, que son un espejo de efecto retroactivo: te muestran como eras la primera vez que fuiste a Grecia, o cuando viajaste en un falucho por el Nilo el año de la tos… Y de todas las fotos, la peor la del carné. Porque las otras las guardas en un cajón y te olvidas de ellas. Si un mal día tienes un acceso de añoranza por les beaux vieux temps (siento debilidad por los decires gabachos), vas, las sacas, las miras como quien desempolva reliquias venerables. Luego, y por este orden, sueltas una lágrima emocionada por la lozanía perdida, a continuación te cabreas y las vuelves a guardar en la caja de zapatos de donde nunca debieron salir. Pero la del carné, de verdad, es una jodienda permanente: llevas en la cartera la cara de alguien que fue pero ya es otro.
Bueeeno… Lo de la foto de carné ha sido una salida por la tangente. Cuando te das cuenta que hasta la administración territorial ha cambiado, y que el municipio donde te inscribieron recién nacido no consta como tal en la base de datos de la policía, entonces sabes que formas parte de la historia. Y formar parte de la historia – la que se escribe con minúsculas – significa que llevas mucho tiempo vivido.
Nací en una aldea de labradores, en Navarra, que no tenía entidad suficiente para ser ayuntamiento y dependía del de Galar. Galar (que también es uno de mis apellidos) era la cabecera municipal de la cendea del mismo nombre, en la Cuenca de Pamplona, que agrupaba a una docena de aldeas. Me inscribieron en su registro y siempre ha constado en mi documento de identidad que yo era nacido en “Beriáin-Galar”. Al informatizar el Ministerio del Interior los datos de filiación, como Beriáin ya tiene su propio ayuntamiento desde hace muchos años, no consta en la base de datos policial un municipio “Beriáin-Galar” y va y resulta que no me pueden expedir el DNI.
Porque, a efectos de la Administración, no existe un municipio con tal denominación y el DNI (que es un documento muy serio) no puede expedirse incompleto. Como, de acuerdo con la base de datos de Interior, he nacido en un municipio inexistente, me temo que mi nacimiento hay que ubicarlo en el limbo de los lugares sin entidad. Así que, de momento, y mientras la autoridad competente no decida sobre si he nacido o no en un ayuntamiento que aún no existía – Beriáin – cuando vine al mundo, soy un apátrida de patria chica.
Como quien dice, la reforma provincial llevada a cabo por el ministro de Fomento Javier de Burgos, en 1833, me pilla muy a trasmano; la reforma territorial en Comunidades Autónomas de la Constitución de 1978, me pilló ya talludito. Entre medias, mi aldea ha pasado de pedanía a municipio y en mi carné seguía constando una entelequia territorial inexistente a efectos de identificación de mi persona.
Total que, de momento y hasta que la autoridad decida si he nacido en un municipio que se constituyó años después de venir yo al mundo, ando técnicamente indocumentado; o, si se prefiere, con un documento de identificación donde consta un lugar sin existencia legal. Nacido en un no-lugar, estos días llevo una no-existencia legal que me tiene en un ¡ay!
¿Quién ha dicho que la vida del jubilata carece de emociones…?

1 comentario:

  1. Jeremías Fontán Catador22 de octubre de 2010, 14:11

    ¿Pero está usted seguro de que existe? Ya sabe lo que decía su admirado Descartes: "Cens, aprés
    je suis". Si usted no está convenientemente censado, usted no es nadie, mon ami. Y encima con una foto caduca. Hágase en su casa un documento con photoshop.

    ResponderEliminar