sábado, 30 de octubre de 2010

Orweliana: La Habitación 101.-


Los amigos se lo decían. La familia también. Los conocidos, los compañeros de trabajo, todos. Todo el mundo se lo venía diciendo desde hacía ya tiempo. Incluso en la junta de vecinos, el administrador le advirtió:
– Mire usted, Fulano, esas cosas que escribe no están bien.
Pero Fulano no hacía caso a nadie. Era un crítico del sistema. Según decían, tenía una pluma brillante y mordaz, y, además, una columna diaria en un periódico de prestigio. Allí, con ironía e ingenio, ponía en evidencia a los poderes públicos. Ridiculizaba sus discursos, era mordiente con sus corruptelas e incongruencias y no había Ministerio donde, de Subdirector General para arriba, no se echaran a temblar cada vez que Fulano les sacaba en su columna.
Se sentía tan seguro que ni siquiera se mordía la lengua a la hora de criticar al Ministerio de la Verdad. El Ministerio de la Verdad había nacido en la última remodelación ministerial, cuando un escándalo político-financiero de magnitudes hasta entonces nunca conocidas, había hecho caer al gobierno.
Con el pragmatismo que caracteriza a la clase política, el nuevo gobierno, al adjudicar las nuevas Carteras, decidió crear el Ministerio de la Verdad. Dado que la corrupción es una característica inherente a todo tipo de Poder (democrático, oligárquico, autocrático), este ministerio tendría por misión velar por el buen nombre del Poder. Cualquier escándalo: tráfico de influencias, negocio de armas, transfuguismo por imperativo crematístico, licitaciones amañadas, etc., etc., serían filtrados a través suyo.
La noticia, siguiendo los cauces de la veracidad informativa oficial, debería darse de forma que no alterase el normal transcurrir de la ciudadanía. La paz social debía quedar garantizada ante cualquier escándalo, desde el simple cohecho de un concejal pueblerino hasta el braguetazo extramatrimonial del Subsecretario del Ministerio de la Familia y Asuntos Religiosos. Y el Ministerio de la Verdad tenía esa alta responsabilidad.
– Don Fulano –, le decía cada noche el becario que repartía la correspondencia en la redacción –, aquí le dejo los papeles del ministerio. Y soltaba en la cesta de la correspondencia varios sobres con membrete ministerial.
Y es que en la mesa de Fulano se acumulaban las citaciones, oficios admonitorios, amistosas notas extra oficiales, requerimientos y todo tipo de comunicaciones administrativas producidas por las oficinas del Ministerio de la Verdad. Se decía, incluso, que en las dependencias ministeriales existía un Negociado especializado en la interpretación y exégesis de los textos que Fulano publicaba a diario. Dichos textos eran cotejados con el manual de estilo redactado por el ministerio. Cuando a la verdad oficial no se le correspondía la interpretación periodística de Fulano, se cursaba el correspondiente documento oficial, siguiendo el trámite que marca el procedimiento administrativo.
– Oye, Fulano – le aconsejaba un colega bienintencionado – ándate con ojo, no vayas a terminar en la Habitación 101.
Y es que en los medios periodísticos existía la creencia en la Habitación 101. Nadie, a ciencia cierta, sabía de su existencia. Eran rumores que se propagaban por las redacciones de los periódicos, por las cátedras de las universidades, por los platós de las televisiones, por las empresas editoriales y, en general, por cualquier lugar donde se pudiera generar y difundir una opinión que disintiese de la del Ministerio de la Verdad.
Por si acaso, todo el mundo consultaba el manual de estilo, que el Ministerio de la Verdad repartía con profusión, siempre acompañado con un “Saluda” del Director Gral. de la Recta Opinión. También Fulano tenía uno en un cajón de su mesa de despacho, encuadernado en piel y con cantos dorados, regalo especial del propio Ministro. Era un privilegio exclusivo. Su verba ácida y la incisiva mordacidad de sus artículos le habían hecho acreedor a esta atención tan personal. Incluso, en ocasión memorable, recibió la llamada personal del Sr. Ministro:
– Fulano – le dijo entre otras cosas – con lo bien que usted escribe, se iba a aburrir mucho en la Habitación 101. Pero el Sr. Ministro era un político campechano y todos sabían que nadie le ganaba a bromista en el Hemiciclo, así que Fulano no se sintió amenazado.
Y Fulano seguía escribiendo sus crónicas de la corrupción urbanística, política, financiera. Por su culpa, un día tenía que cesar el alcalde que había adjudicado a dedo una obra a su yerno. Otro día, una inmobiliaria del Gerente de Urbanismo se declaraba en quiebra. Fulano había averiguado que no existía el terreno donde, supuestamente, se iban a construir tres mil viviendas, cuyos adjudicatarios llevaban ya dos años pagando letras.
El día que destapó el asunto de los coches de lujo, se organizó una trifulca monumental en el Congreso de los Diputados. El cuñado de un primo de la mujer del Jefe de la Oposición llevaba años vendiendo coches oficiales -robados en los emiratos árabes- a los presidentes autonómicos, a los alcaldes de las capitales y a los delegados del gobierno. Además la fina nariz periodística de Fulano había descubierto que un sobrino de la ex mujer del Presidente del Supremo Tribunal para el Control de la Pureza en la Aplicación de las Leyes, tenía una empresa donde se blindaban todos los coches que aquel cuñado de un primo de la mujer del Jefe de la Oposición vendía a la clase política.
Nada más salir la crónica de Fulano, el Ministro de la Verdad tuvo que sufrir la interpelación parlamentaria más dura de su vida. Con razón, el Portavoz de la Oposición se preguntaba desde la tribuna del Congreso qué utilidad tenía despilfarrar el dinero del contribuyente en tal Ministerio de la Verdad, si el sufrido contribuyente, encima, se veía obligado a soportar en toda su crudeza la realidad de la corrupción política.
Aquella misma noche, Fulano no apareció por la redacción. De su casa había salido, a la redacción no había llegado. Según decían, se había encontrado con dos amigos y se lo habían llevado de copas…
Cuando a Fulano le introdujeron en la Habitación 101, vio ante sí un encerado de cinco metros de largo por uno y medio de alto. Al lado, un palet con paquetes llenos de barritas de tiza. En el ángulo superior izquierdo de la pizarra, esta frase: Nunca diré la verdad sin permiso, que ya lleva escrita un millón cuatrocientas ochenta y tres mil doscientas veintiocho veces. Cada vez que completa el encerado, éste se borra automáticamente y él empieza a escribir por el ángulo superior izquierdo: Nunca diré la verdad….
Según parece, todavía tiene para siete años más.

1 comentario:

  1. Juan Tomás de Serrano1 de noviembre de 2010, 21:01

    Le recomiendo una película sobre el tema de la verdad: "Increíble pero falso". La gente siempre dice lo que piensa y no les cabe en la cabeza lo contrario. Es bastante divertida.

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