domingo, 21 de agosto de 2011

Paseando Pamplona.-

Me pregunta Tomás, de coña, si "voy a hacerme eco" -frase muy utilizada por un periodista de su ciudad, me dice- de mi estancia en Pamplona. Pues creo que sí, que "voy a hacerme eco" un rato en esta bitácora. Sobre todo porque Pamplona es, con mucho, la ciudad que más me gusta. Si dijera que es la ciudad más bonita del norte de España, seguro que habría quien protestase, pero méritos no le faltan para ser considerada una de las ciudades mejores para vivir en ella.


Uno, que es un tanto simplista en sus apreciaciones, no puede evitar compararla con Madrid, ciudad donde uno sobrevive. Y lo primero que le salta a la vista es la limpieza y policía de sus calles. Aquí, en la capital, hay una papelera cada 20 metros y bastante mierda entre una y otra. Allí hay pocas papeleras, pero el suelo suele estar limpio y las praderas de césped y parques, cuidados. Conclusión: no es una cuestión de medios, sino de civismo. Y de aglomeración de gentes. No en vano Pamplona tiene unos 200.000 habitantes, lo que hace de ella una ciudad confortable, mientras que la capital del reino es un poblado de aluvión y desarraigados.

Tiene Pamplona ese aire de ciudad burguesa, apacible y un tanto provinciana, donde la gente camina sin prisas, se encuentra por la calle con los conocidos y se detiene a charlar sin miradas al reloj. Allí, la gente pamplonesa de toda la vida, lee el Diario de Navarra y lo primero que mira, al abrir el periódico, son las esquelas funerarias. Miembros de mi familia siguen manteniendo el ritual de leer los obituarios como si fueran las noticias más jugosas del día.

Las visitas a los enfermos hospitalizados ("perder la noche", llaman a acompañarlos en su vela nocturna), al tanatorio y la asistencia a los funerales religiosos, son una forma de relación social muy arraigada. Para un servidor, contaminado por la indiferencia de la gran ciudad, ir al tanatorio a dar el pésame a los deudos del finado es un trámite molesto. Para los castizos pamploneses, una ocasión de afianzar lazos de amistad o familiares; una forma de intercambiar noticias sobre la familia y allegados; un ponerse al día de la historia personal de gente conocida, pero que hacía tiempo no se tenía contacto con ella.

En fin, los lazos sociales se afianzan ante la caja del muerto, tanto en el impersonal tanatorio como en el ritual religioso. No es para dicho los corrillos animados en la puerta de la iglesia o en la sala aséptica, con el difunto embaulado entre encajes y coronas.

Cuando he tenido ocasión -digamos que obligación familiar- de asistir a estos rituales fúnebres, he acabado conociendo primos y familia de ramas alejadas del tronco común, de los que ni sospechaba su existencia. La tribu, así, ata lazos y un servidor se ha sentido miembro de una familia extensa, descubriendo que tenía amplias raíces.

Pero Pamplona es, también, una ciudad hedonista ¿Quién no ha oído hablar del Casco Viejo? Allí hay tantos o más bares y restaurantes por metro cuadrado que en el barrio húmedo ("El Húmedo", que dicen los autóctonos, y que ahora se empeñan los necios exquisitos en llamarlo el "barrio gótico") de León, ciudad por la que también siento debilidad. Uno pasea a media mañana por las calles de Calderería, Chapinería, Mayor, San Nicolás, la inevitable Estafeta... y las ve llenas de pamploneses, turistas, peregrinos, deambulando y tomando vinicos con sus correspondientes pinchos.
Aquí, en esta ciudad, los pinchos son pequeñas obras de arte culinaria con el refinamiento de la cocina más vanguardista. La barra de los bares está llena de bandejas donde se exhiben esos bocados suculentos y uno se encuentra ante la difícil elección de saber cuál será el más sabroso.

Los vinos, de Navarra o Rioja, habitualmente. Este jubilata, desde hace ya muchos lustros, está abonado al rosado, aunque los puristas tuerzan el morro. Preferencia por un local determinado, ya no lo tengo. La tuve, en tiempos, cuando mi primera visita al casco viejo, nada más soltar las maletas, era para tomar un vino y unas sardinas de San Sebastián en El Cosechero, popularmente conocido como Casa el Marrano en toda la comarca. El mote era justo título. En cierta ocasión comprobé cómo, el camarero, que era tuerto y espeso, limpiaba con un migote de pan un platillo con restos de aceite y alguna raspa, y echaba en él una nueva ración de jugosas sardinas fritas. Se ve que era un ecologísta avant la lettre, ahorrador de agua y detergente.

El ambiente de la ciudad es el propio de una sociedad bien vividora que disfruta de sus placeres con total olvido de la crisis económica que nos está devorando. Viendo la forma como esta gente disfruta de sus pequeños placeres, parecen olvidarse los graves problemas de nuestra sociedad. Nadie diría que, en Inglaterra, bandas de adolescentes sometían (durante los recientes días pasados) a saqueo los barrios de sus ciudades, o que la especulación bursátil está mermando los recursos sociales y económicos de toda Europa, o que en Somalia se mueren de hambre por millares, mientras que aquí, acodados en la barra, charlábamos distraídamente con la copa en la mano.

Habría más cosas de las que "hacerse eco" en esta croniquilla, pero ya vale.

Regresamos ayer sábado a Madrid y nos encontramos con un horror de calorina. Encima, esta capital lleva tres días empapada por las multitudes de la grey vaticanista, a cuyo prócer rinden pleitesía el rey, el presidente del gobierno (quien va y besa la mano del Papa, signo de sumisión de la nación toda a lo que simboliza el anciano de blanco, con su perpetua sonrisa de lobo bondadoso y envuelto en albas vestiduras de cordero místico), y toda la prensa adicta, y hasta la policía, que cubre carrera con tanquetas y todo por donde circula el papamovil, mientras aporrea, con la convicción que solo la fe puede dar, a la turbamulta laica que protesta.

Por cierto, y a propósito del besamanos, alguno de sus caros (por costosos al erario) asesores debería haberle explicado al ZP la diferencia entre proskinesis y eleutheria. No un servidor, que está jubilado y no ejerce.
Menos mal que mañana escampa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario