martes, 29 de noviembre de 2011

La dehesa de Moncalvillo.-




He tenido la curiosidad de husmear por Internet, antes de ponerme a escribir sobre esta excursión del sábado pasado, y veo que hay suficiente información sobre esta dehesa y las cañadas de Colmenar Viejo como para hacerme desistir.
Pero, no, aquí solo se trataba de dejar constancia de algunas impresiones al paso de caminante, así que me puse a ello. Como otras anteriores, la marcha estaba organizada por Juan y Guillermo, miembro y simpatizante, respectivamente, de la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid. Ellos guiaban un puñado de veteranos andarines en busca del solaz por la naturaleza y del disfrute de los conocimientos que depara el medio en sus aspectos cultural, ecológico, histórico... Veteranos muchos de nosotros, en feliz etapa de juliatería (si se me permite el palabro), no somos devoradores de kilómentos, somos "disfrutadores" de la naturaleza en sentido amplio: o sea, zapatilla, aire libre y cultura... y bocata y sesteo al sol, si se tercia.
Esta dehesa de Moncalvillo tiene 1.350 hectáreas de superficie y forma parte de los municipios de San Agustín de Guadalix y y Pedrezuela. Fue cedida en el S. XV por la familia Mendoza, señores de Guadalajara -éstas eran tierras de Guadalajara antes de la división provincial de Javier de Burgos, en 1835 -, a ambos municipios a condición de que se mantuviese indivisa. Los de Pedrezuela la dividieron entre sus vecinos un siglo más tarde, pero los de San Agustín la mantuvieron en su integridad como propiedad municipal y, gracias a eso, hoy podemos disfrutarla los amantes de la naturaleza.

La dehesa de Moncalvillo, con el cerro de San Pedro enseñoreando el entorno, es uno de los parajes naturales, próximos a Madrid, que se conservan en estado de relativa pureza, en la medida que la mano del hombre ha actuado con moderación, aprovechando sus recursos, ganaderos especialmente, sin causar deterioros excesivos al medio natural. Puede el caminante adentrarse por ella y encontrarse con vacadas sesteantes y dedicadas a la rumia filosófica de su apacible vida, o con pequeños grupos de yeguas con sus crías -también algún garañón al que natura dotó como corresponde- que no temen acercarse al caminante y se dejan retratar con naturalidad y buena pose. Oteando desde el cielo, buitres leonados siempre deseosos de limpiar de carroña el boscaje y que, sospecho, no desdeñarían carroñearse algún senderista que tuviese a bien finar por estos andurriales.






El bosque, sin ser tupido, y visto desde los altozanos, es una alfombra de tonos versodos manchada de matas de encinas y moteada de enebros. Hay otras especies, pero estas dos son las que más abundan y las que le dan su personalidad de bosque mediterráneo. Abundantes herbazales de pasto jugoso, grupos de rocas graníticas pulidas por la erosión y algún arroyuelo, completan la panorámica.

A la dehesa llegamos desde San Agustín de Guadalix, por la calle Félix Rodríguez de la Fuente, que va a dar sobre una pista, la cual nos lleva, tras subir un repecho, a las tapias que la circundan. Nada más entrar, verdea todo el entorno. Cruzamos el canal soterrado del alto Atazar. Monte adelante, junto a una mata de encinas, vemos el suelo sembrado de huesos mondos de una res; puestos a imaginar, uno parece estar ante un yacimiento paleontológico, con esa osamenta vacuna transformada -por arte de la imaginación- en carcasa despiezada del célebre dinosaurio que aparece en los sueños y desvelos de Augusto Monterroso.

Nuestro caminar nos lleva hasta la Vereda de las Tapias de Viñuelas. Esta cañada, por sí sola, merece una visita. Es un trozo de historia aún en pie. con sus 90 varas castellanas de anchura (unos 80 m.), es una autopista medieval por donde transitaron los ganados de la Mesta durante siglos. Las cañadas no eran solo lugar de paso de las merinas y otras reses, sino pastos de aprovechamiento a diente: caminar y comer.

Nosotros, lo de comer el bocata, lo hicimos junto a la ermita de Navalazarza, otra vez dentro de la dehesa. La ermita es un buen edificio con cerca de piedra, remozado, de una nave y con un ábside semicircular adosado a su cabecera y un campanil sobre el hastial. En su interior, una placa de piedra pulida, sobre la pila benditera, dice: A la Virgen de Navalazarza / dedicada por J. Vicente / año + 1861. Según parece, cada verano los cofrades suben la imagen desde el pueblo a que veranee en la ermita y allí queda hasta el otoño.
Nosotros no. Nosotros volvimos a la vereda de las tapias y, desde allí, fuimos al camino viejo de Pedrezuela y a la cañada de Valdepuercos. Por fin, arroyo de Tejada adelante, avistamos Colmear Viejo. El resto, como es habitual: cafelito en el pueblo, charla, regreso a casa y ducha calentita. Como dios manda, podríamos decir, ya metidos en año mariano.

martes, 22 de noviembre de 2011

20-N: Devolver al remitente.-

Como suele ser habitual, estos días pasados he abierto el buzón para retirar toda la basura publicitaria que depositan en él, así como las inevitables cartas de bancos. Todo ello papel inútil que, por higiene, llevo al contenedor de papelotes más próximo. Esta vez, con eso de las elecciones, me ha llegado, además, propaganda electoral de los partidos políticos mayoritarios, más UPyD, que busca hacerse un hueco, y me paré a pensar qué coños iba a hacer con ella. Por fin me decidí: até los sobres con una anilla elástica, les pegué una nota donde decía "Devolver a los remitentes. Gracias", y los eché en el buzón de correos de la plaza Virgen del Romero. Mi conciencia de ciudadano-jubilata responsable se sintió aliviada.

Puesto que a mí me resultaban totalmente inútiles, pensaba que si se las reenviaba a los remitentes (PPSOEUPyD), seguro que éstos podrían reaprovecharlas mandándoselas a los adictos a su causa y así nos ahorrábamos siquiera unos gramos de pasta de papel.

Votar por ellos, me dije, es tiempo perdido, teniendo en cuenta que seguirán la política neoconservadora que les dicte Frau Merkel. Por otro lado, conciencia ecológica le sobra a este jubilata, quien prefiere ver los árboles en pleno esplendor otoñal antes que triturados en vulgar propaganda política.
Pero no se acaban aquí las preocupaciones. Llegada la hora de votar, un servidor debía tomar una actitud responsable, tan responsable como le permitiesen las actuales circunstancias. Durante las últimas semanas se ha oído mucho eso del "voto útil", y uno se siente concernido por esa obligación ética a la hora de depositar un voto que resulte útil para el común de los ciudadanos. Así que va y piensa: lo más útil, según dicen, sería votar a uno de los dos partidos mayoritarios, quienes tienen la suficiente fuerza para sacar adelante su programa político.
Pero eso de la conciencia ciudadana le juega a uno malas pasadas, así que le sigue dando a la máquina de pensar: al PP no puede votarlo, ya que ideológicamente están en las antípodas; al PSOE no le va a votar porque, para hacer la política que ha hecho en los últimos tiempos, ya está el PP que la hará con más convencimiento. Ambos son cautivos de intereses externos a las necesidades de los ciudadanos, aparte que el PP hará recortes sociales por pura convicción ideológica: está en su naturaleza, como está en la naturaleza de las gaviotas alimentarse de carroña. No me quejo, es puro determinismo.

El jubilata, que veía cómo se acercaban las elecciones, se seguía estrujando las meninges y se preguntaba: Veamos, realmente ¿quién manda en esta sociedad global? Pues quién va a ser, se contesta a sí mismo: el sistema financiero. Vale.

¿Quién defiende mejor en Europa -y por lo tanto en España- los intereses de eso que llaman Los Mercados? Pues Frau Merkel.

¡¡¡Eureka!!! Votemos a Frau Merkel y olvidémonos de los intermediario, que nos salen tan caros con sus sueldos y prebendas. ¿No han dado la coña con lo del voto útil? Pues más útil que votar directamente a quien mejor defiende los intereses de los amos del mundo, no hay nada.


Por no cansar al improbable lector: el 20-N me acerqué al cajero del Deutsche Bank que hay en Av. Donostiarra y deposité mi voto: un billete de 5 € con el careto de la citada frau. Pero todavía me asaltó otra duda: ¿Mi voto tendrá la misma calidad que si hubiese votado con un billete de 50 €? Espero que la Junta Electoral no me lo tome en cuenta, máxime cuando nos acercamos a finales de mes y vivo de una pensión congelable.

Pero aún seguía teniendo escrúpulos de conciencia, así que me acerqué al colegio electoral y voté la candidatura EQUO, porque uno acostumbra a perder batallas, pero no la compostura. Viendo la tele el 20-N por la noche, me enteré que los ciudadanos habían dado a ZP una patada en el culo de Rubalcaba. Pobrete, es muy jodido ser epígono en política.

Para que todo fuesen alegrías, en la puerta del colegio electoral, una iluminada bíblica me dio un tríptico -Experiencias después de la muerte-, donde se desarrollaba una argumentación a modo de diálogo, en el que un tal Jorge se reconocía merecedor del infierno por no respetar los mandamientos del dios bíblico: ¿Y qué hace Dios con los culpables? - los envía al infierno.

Siento admiración por la iluminada aquella: se ve que éste que vive la humanidad no le parece bastante infierno y aún nos amenaza con otro en el Más Allá. A lo mejor era un aviso divino para los descarriado que no votamos PP... Pronto saldremos de dudas.

Iluminadas blíbicas aparte, con la satisfacción del deber cumplido (por partida doble), regresé a casa. Por si acaso -andaba yo pensando- he encendido una vela a EQUO y otra al diablo.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ensoñaciones en el Auditorio Nacional.-



A pocas veces que el improbable lector haya leído esta bitácora, sabra que el jubilata que aquí escribe, entre otros defectos -como ser rojelio (con "j") y descreído de las bondades del sistema neocon, por fuerte convencimiento, aparte de alopécico por cosa de la edad y capricho de la naturaleza-, también es un poco cultureta y hasta esteta de bajo perfil. Lo cual, ademas de justificación, le sirve de introducción a los comentarios que siguen.

Pues eso, que este domingo pasado estuve en el Auditorio Nacional escuchando a la OCNE, bajo la dirección de Jesús López-Cobos, en la interpretació de la Sinfonía núm. 8 de Anton Bruckner. De la cualidades musicales de esta sinfonía no me atreveré a decir nada; musicólogos hay que sabrán ilustrar al lector, si es que éste es melómano y está interesado. Lo que me impresió fue la exuberancia sonora de los metales (había cuatro tubas wagnerianas y cinco trompas, amén las trompetas, trombones, tuba clásica) y la energía de la cuerda, cuyos arcos, al moverse, parecían un mar encrespado. Tanta fuerza sonora creo que sólo un romántico germano como Bruckner, wagneriano además, es capaz de productir.

Ya desde el allegro moderato del primer movimiento supe que, durante la audición, mi imaginación flotaría a su capricho sobre aquel mar sonoro sin sujetarse a la disciplina que todo escuchante de música clásica requiere. Y, sí, mi imaginación, caprichosa, se dejó envolver por el raudal sonoro pero fijó su atención no tanto en las cualidades de la obra interpretada, cuanto en algunos de sus ejecutantes. Más bien debería decir "algunas", ya que caí en la cuenta de que la Orquesta Nacional se va nutriendo de jóvenes intérpretes femeninos que, sin darse uno cuenta, van ocupando puestos de instrumentos tradicionalmente reservados a intérpretes masculinos, como la trompa o el contrabajo.

Aunque nada hay más tradicional que el mundo de la música clásica y sus adeptos, a este jubilata le produce satisfacción que sus ejecutantes femeninas hayan empezado a instalarse en los contrabajos, única sección de la familia de las cuerdas que parecía seguir siendo patrimonio masculino. Quizás por lo voluminoso y la envergadura del instrumento, características que deben dificultar bastante su utilización.

Por eso, gran parte del concierto me dediqué a observar a las maestras contrabajistas. Juro que su contemplación me produjo un goce estético con su pizca de leve ensoñación erótica, aunque estos sentimientos nada tenían que ver con las connotaciones místico-religosas que plasma el autor en esta sinfonía. Pero es que también los que vamos entrando por la edad provecta tenemos, de vez en cuando, esos "brotes verdes" que tan pronto marchitaron en la economía nacional. Solo que los nuestros no se refieren a las vulgares obsesiones del materialismo económico, sino a ese mundo de irrealidades y ensoñaciones donde una mujer joven, haciendo vibrar un instrumento como el contrabajo, es capaz de trasportarnos.

Si es posible rozar con con la punta de los dedos la experiencia mística a través del goce estético, este jubilata estuvo a punto de lograrlo al escuchar la 8ª de Bruckner -que él se lo perdone- observando la precisión y la gracia femenina que tenían los movimientos de las jóvenes contrabajistas. Nunca agradeceré bastante que un instrumento tan modesto -por lo grave de su voz y su corto registro- como voluminoso esté también en manos de las féminas. Un servidor pondría en ellas el mundo entero, seguro que sería más armonioso.

viernes, 11 de noviembre de 2011

La niña de los ojos tristes.-

Es un recuerdo recurrente que me aflora entre grandes lagunas de olvido. Yo, entonces, era joven y estaba recién llegado a Madrid; no tenía trabajo, andaba escaso de dinero y me sobraba tiempo. Deambular por las calles del centro era una distracción que no me suponía ningún gasto, si exceptuamos el roce de las suelas contra el asfalto. Pero hasta los más pobres se permitían ese lujo...
Recuerdo que en la calle Arenal, esquina a Hileras, había una tienda en cuyo escaparate -vitrina, más bien- se exhibían tarjetas postales a la venta para turistas. Siempre que pasaba por allí, me paraba a observar una postal que me producía una gran melancolía: una niña, sentadita en el peldaño de una escalera, miraba con enormes ojos azules, con un mirar de infinito desamparo, a los viandantes presurosos. Un gato melancólico, a sus pies, duplicaba esa sensación de tristeza.

El desvalimiento de la niña, de enormes ojos de gato triste, me perseguía hasta la plaza de Ópera y, vez hubo, volvía sobre mis pasos fascinado por aquella mirada azul y solitaria. Entonces, me paraba ante la vitrina y la niña menudita, de inmensos ojos melancólicos, me observaba en silencio. Me observaba y ella comprendía mi soledad. Porque yo también era un solitario que caminaba al azar, sin metas, sin recursos y sin proyectos.

La niña de ojos tristes de la postal se convirtió en mi obsesión. Me acechaba, sentadita en la escalera, tan quietecita y silenciosa. Sus grandes pupilas azules de gato nictálope se limitaban a observarme y sabían que yo volvería, una y otra vez, a la calle Arenal. Y yo volvía. Y la niña menudita, con sus ojos de gato triste, abandonada a su soledad, me miraba en silencio y en su mirada veía mi propia soledad.

Muchas semanas duró mi obsesión por aquella criatura de la postal, hasta que decidí comprarla. Cinco pesetas -lo que valía un puñado de cigarrillos- me costó llevar a mi cuarto de la pensión aquella mirada. Me tumbaba en la cama, con las manos entrelazadas bajo la nuca, y miraba absorto el mirar intenso, claro y melancólico de la niña menudita, que yo había colocado sobre la mesilla de noche. Ella, silenciosa, toda ojos azules, toda ella mirar profundo, me observaba y se compadecía de mi soledad sin trabajo, sin amigos, sin proyectos. Por lo menos, así me lo parecía a mí.

Hace ya mucho tiempo, la guarde entre las páginas de un libro y éste se perdió en el anónimo montón de libros de cualquier estantería. Todavia, hace unos veinte años, cogí ese libro al azar, y al azar descubrí a la niña sentada en la escalera, con sus grandes ojos azules. Pero volvió a perderse entre los libros de mi biblioteca.

Ahora soy un hombre adulto, muy ocupado, y ya no tengo tiempo de pararme ante aquella mirada de gato triste. Sin embargo, de tarde en tarde me acuerdo de ella; entonces, me hago el propósito de buscarla y ponerla sobre mi escritorio. Pero estoy demasiado ocupado y ya no tengo tiempo de mirar aquella mirada melancólica.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Eso de hacer referendos.-




Creo que un día de estos me voy a hacer griego. Aunque sea por simple solidaridad con un pueblo denostado por sus socios ricos y abocado a la pobreza... y por tocar las narices a la Nomenklatura bruselense y sus acólitos.

La verdad es que no estoy muy seguro de si mi decisión -que estoy meditando- se deba más a mis simpatías por los desheredados del euro o a mi hartazgo por estos dirigentes europeos que se palpan la cartera y desconfían de las decisiones de los pueblos que dicen representar.

Durante las horas de insomnio que me sobrevienen a veces, me da por pensar en el Mito de la Caverna del que nos hablaba Platón en su República. Quizás el improbable lector piense que no tiene nada que ver con lo que trato de decir. Pero si uno hace una trasposición del mito o alegoría platónica a los tiempos actuales, no deja de encontrar paralelismos esclarecedores.

Para el filósofo griego, nuestros conocimientos son sólo sombras proyectadas sobre la pared de una cueva, percibidas por esclavos atados con cadenas de forma que no pueden más que mirar hacia el fondo de la misma. Otros hombres, situados a la entrada de la cueva, y con ayuda de la luz de una hoguera, sujetan en alto objetos cuyas sombras se reflejan en el fondo de la pared, de forma que los esclavos creen que las sombras reflejadas son la propia realidad.

Mismamente, mismamente, lo que están haciendo con nosotros. A la luz de la gran hoguera neoliberal -que consume los recursos de los ciudadanos-, financieros, políticos y demás profetas del catastrofismo económico agitan cimbeles de recesión y privatización, cuyas sombras se proyectan en el fondo de la caverna de nuestros miedos irracionales. Así, encadenados a nuestros terrores (la miseria material, las guerras y todos los azotes pasados de que tenemos memoria colectiva), damos por verdadero todo aquello que no son más que sombras que otros manejan en su provecho.

Imagínese el improbable lector que esos esclavos aherrojados (bonita palabra) en el fondo de la espelunca (arcaica, pero también sugerente), se liberan de las cadenas que les obligan a mirar lo que otros quieren que vean, y deciden salir a la luz del sol, mirar la realidad a la cara y decidir cómo afrontarla. Pues esa es la situación actual de los griegos. Se pretendía consultarlos respecto a cómo quieren afrontar esa realidad, pero todas las tripas del euro se alborotan ante semejante ocurrencia ¡Consultar a las víctimas de la crisis!

Ante el alboroto ocasionado, uno se pregunta ¿A qué viene tanto escándalo por parte de "expertos", tertulianos y gacetilleros que pregonan las verdades del amo? ¿No habíamos quedado en que éramos demócratas de toda la vida? Pues hombre, seamos consecuentes y dejemos que decidan.

Lo malo es que ser consecuentes suele dar disgustos. Los islandeses fueron a un referendum y acordaron que banqueros avariciosos y políticos falaces debían ir a la cárcel, y que de la deuda pagarían aquello que fuese justo. Por eso mismo, y por si acaso dábamos una pataleta, no hubo refrendo popular aquí. Escarmentados en cabeza ajena, aquí, en la España nuestra, gobierno y oposición enmendaron a nuestras espaldas la Constitución (¿la enmerdaron?) para que una determinada ideología económica prevaleciera sobre los intereses del común.

Y ahora, un referendum para los griegos... Con tantos miles de millones como han invertido en ellos los bancos europeos, cómo se va a consentir que decidan cómo quieren ser pobres: si estrujados por los intereses de la deuda -que nunca podrán pagar-, o manteniendo un resto de dignidad. Es toda un aparadoja: ellos nos enseñaron la democracia, y ahora se les niega su ejercicio en nombre de la estabilidad del euro y la tranquilidad de los mercaderes. Y los políticos griegos dan marcha atrás, qué remedio...

Este jubilata, por más vueltas que le da, no acaba de entender las sobras chinescas de la economía. Si Grecia pesa solamente el 2% de la economía total europea ¿Tanto riesgo hay de que Europa se nos vaya al carajo por la decisión que pudieran haber tomado? A lo mejor las consecuencias no hubieran sido las previstas; a lo mejor, los griegos, con su referendum, se hubiesen sacudido las cadenas, hubiesen salido de la caverna, se hubiesen meado en la hoguera del chiringuito neoliberal y, tras la humareda consiguiente, brillase de nuevo el sol. A lo mejor, el resto de los pueblos "en situación de riesgo" (como dicen de nosotros) también decidíamos salir de la cueva, afrontar la realidad que tenemos -no la que nos pintan- y nos oreábamos al sol. Quizás descubriésemos que somos más pobres, pero tendríamos buen color y recuperaríamos las ganas de vivir.
Ahora bien, reconozco que hubiese sido una putada para quienes tienen montado el negocio de la covacha, la fogata y los juegos de sombras.