lunes, 10 de septiembre de 2012

De la Sierra a Pamplona, pasando de puntillas por Madrid.-


Fachada neoclásica, diseño de Ventura Rodríguez
 Quedarse definitivamente en la capital del reino de los remiendos macroeconómicos, tras dos meses en la sierra madrileña, era una prueba de esfuerzo de difícil superación, así que llegamos, vaciamos maletas, llenamos maletas y salimos escopeteados camino de Pamplona. Al menos, esta ciudad está hecha a dimensiones humanas y uno puede irse habituando al asfalto sin mayores traumas.
Pamplona –creo haberlo dicho otras veces- es una ciudad de provincias burguesa, elegante y bon vivant. Junto con Vitoria, son a juicio de este jubilata, las dos ciudades más hermosas del norte de España y más aptas para ser vividas. Aparte el Casco Antiguo - los burgos medievales, que el día 8 de este mes celebraron el Privilegio de la Unión, otorgado por Carlos III el Noble, que puso así fin a los enfrentamientos entre francos y navarros -, tiene un ensanche de primeros del S. XX que supuso la racionalización de su trazado urbano.
Un kiliki, un zaldiko y un gigante, para celebrar el Privilegio de la Unión.

También en estos años pasados de alegría ladrillera se proyectó un nuevo ensanche hacia el Soto Lezcairu, sobre antiguas tierras de labor, que ha quedado a medio gestar. Una especie de coitus interruptus que dejó infecunda la burbuja inmobiliaria y del que se pueden ver las trazas sobre el terreno, con grandes avenidas en esqueleto y parcelaciones yermas, de trazado geométrico.

Las torres desde el claustro

Algo que siempre llama la atención a este paseante inveterado es la gran cantidad de grandes edificios propiedad de la iglesia católica o de sus valedores. No sólo la catedral, el seminario, el palacio episcopal, sino parroquias e instituciones religiosas: antiguos conventos e instituciones de enseñanza, sin contar la factoría de adalides del Opus: su universidad. Tienen, en general, un empaque arquitectónico de gran porte, como la prestancia clerical de aquellos canónigos catedralicios que paseaban con sus sotanas ribeteadas de rojo y su prosopopeya de representantes divinos urbi et orbe.

Y siempre que paseo por sus calles, me acuerdo de don Pío Baroja, quien estuvo viviendo un tiempo en Pamplona, siendo niño. Él la recordaba como una ciudad levítica, hipócrita y fanática, donde el elemento clerical enseñoreaba mentes y costumbres.

En estos tiempos conviven un clericalismo relicto y un liberalismo en las costumbres similar a cualquier otra ciudad española. Dicho asi, a humo de pajas, los viejos van a misa y los demás de chiquiteo por el casco viejo, por "lo viejo", como dicen aquí. Y, puesto que la cosa eclesial es aún tan palpable, decidimos ir a hacer una visita curiosa dentro de la catedral: la casa del campanero y la campana María.
La casa del campanero se ubica bajo la cubierta y sobre la bóveda de acceso a la catedral que está enmarcado por las dos torres, diseño de Ventura Rodríguez. Fue vivienda modesta de los campaneros de la catedral y sus familias. Actualmente hay paneles explicativos y una pantalla táctil sobre la que puedes marcar para oír los distintos toques de campanas: a funeral de primera y de tercera, a rebato, a misa mayor....

Nunca me ha enfervorizado estéticamente la fachada neoclásica que Ventura Rodríguez diseñó para cubrir el acceso a la catedral, en sustitución de otra románica que se estaba desmoronando. En general es una obra arquitectónica bastante denostada, no por su ejecución y solidez, sino por sus volúmenes geométricos tan racionalistas y fríos. Es como un parapeto que oculta un hermoso edificio gótico, con el que no casa estilísticamente, ni, mucho menos, con la cosmovisión que tuvieron sus constructores medievales. Es, por decirlo de alguna forma, el fervor religioso de los hombres medievales emparedado tras el sentido de la medida y la razón de los hombres dieciochescos. Ni como matrimonio de conveniencia funciona.

Música medieval en la puerta del Ayuntamiento pamplonés.

Aun siendo  así, actualmente se intenta poner en valor la gran fachada neoclásica  en cuanto a su armonía interna, su equilibrio de volúmenes, su técnica constructiva. Es un trabajo ejecutado con toda la perfección técnica y estilística del neoclasicismo y una muestra sobresaliente de la arquitectura monumental de la época.

Aun admirando su perfección formal, a mí me sigue produciendo esa sensación de frialdad racionalista propia del pensamiento ilustrado para el que dios es el supremo arquitecto del universo. Ese Gran Arquitecto dotado de una mente de geómetra y matemático, artífice del equilibrio de fuerzas contrapuestas que mantienen la máquina del universo con la precisión del mecanismo de un reloj. Francamente, un dios masón y relojero, con casaca y peluca, no me cuadra junto a las murallas, en este dédalo de callejuelas medievales que rodean la catedral.
Obsérvese el diámetro de la campana María

La campana María cuelga de la bóveda de la torre norte. La hacen sonar una treintena veces al año con motivo de festividades señaladas. Pasa 10.080 kilos (otros dicen que 12 tonelanas)  y fue fundida en 1584, y es fama que su son se oye en todos los pueblos de la Cuenca de Pamplona. Dicen, también,  que es la segunda en tamaño de España. La primera está en la catedral de Toledo, pero no tiene voz porque está rajada.
Uno no acaba de comprender cómo fueron capaces de izarla hasta lo alto. Lo cierto es que, si hubiera que apearla de allí, deberían desmontar la cúpula de la torre. Pero es cosa sabida que la fe es como el dinero, puede mover montañas, voluntades y, cuando es preciso, grandes campanas.

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