jueves, 11 de octubre de 2012

Irse de manifa.-



Cuenta Apiano (historiador alejandrino del S. II d.n.e.) en su Historia Romana, Guerras Civiles, que, cuando a Julio César lo nombraron pretor en Hispania, sus acreedores lo retuvieron en Roma por temor a que se les fuera sin pagar las deudas millonarias. Él comentó a sus amigos que necesitaba 25 millones de sestercios para no tener nada. Como se ve, Julio César se pasó de cínico. Vino a Hispania, hizo la guerra a los pueblos peninsulares y, con el botín, pagó sus deudas y se hizo rico.

Nosotros no somos el César invicto, sino un pueblo expoliado por los políticos en el poder y los banqueros, empeñados en que necesitamos un rescate muchas veces mil millonario para pagar deudas que no generamos para, al final, no tener nada. Ni sanidad pública, ni escuela pública, ni derechos laborales, ni salario suficiente, ni siquiera, un Estado que nos proteja de los desmanes de quienes lo controlan en beneficio de sus amos. Porque amos del Estado son quienes nos rescatan y le obligan a votar unos presupuestos destinados a pagar la deuda financiera antes que atender las necesidades de los ciudadanos.

Con las entendederas saturadas de macroeconomías que no digiere y embrutecen su recto juicio (seguro lo hacen a propósito), este jubilata se ha ido a la manifa del pasado domingo a pedir un referéndum, y ha hecho compañía a estudiantes, profesores de camiseta verde, trabajadores de Tele Madrid (“Queremos informar, no manipular”), sindicalistas, sanitarios, jubilatas y una variopinta peña de ciudadanos unidos por un cabreo común.

Un servidor traía incorporado su propio cabreo personal. De hecho, no tiene inconveniente en reconocer que era una pataleta contra el ínclito de la Moncloa. Ese don Rajoy, que raja como si la diosa Razón hablara por su boca, tuvo la ocurrencia de agradecer a los ciudadanos de pantufla y tele que no salieran a rodear el congreso, el pasado 25-S, y les/nos llamó gente de bien (o algo similar).

No sé qué tipo de silogismo le llevó a la conclusión de que quienes se quedan/quedamos en casa es porque están/estamos de acuerdo con su política. Debió ser algo así como: Quien no se manifiesta en contra, está a favor de los recortes. Millones de personas no se manifestaron el 25-S, ergo millones de personas están conformes con mi política. Lo que, si no recuerdo mal, es un silogismo en barbara, pero es una interpretación abusiva de una situación normal: no todo el mundo puede echarse a la calle a la vez. El día que don Mariano lo consiga, y lleva camino, no tendrá a cuatro perroflautas zarandeando las vallas del Congreso, tendrá una revolución de tamaño natural. Si eso llegase a ocurrir (no lo permitan los santos que SS. Benedicto doctora en presencia de doña Sorayita), no estaría el horno político para frasecitas falaces, ni el país para silogismos.

Uno echa de menos que, desde el banco azul gaviota del Congreso, se presten oídos al clamor de las calles, al menos tanto como a las amenazas de los financieros. Tampoco se trata de declamar desde la tribuna de oradores –que don Mariano no da el tipo, por mucho pathos que le ponga–, con gesto heroico y melena al viento:

“Oigo, patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/
Que forman, tocando a muerto,/ la campana y el cañón”.


Más bien vivimos la situación contraria, donde el poder es sordo a las quejas de los ciudadanos, hasta el punto que Antonio Gala ha dicho algo sobre la inutilidad de manifestarse en la calle cuando un tonto no quiere oír. Entre un padre de la patria afligido y un político tonto de capirote hay mucho camino. Sólo aspiramos a tener unos políticos mesurados y escrupulosos con el bien común, y que la deuda la pague quien la generó.

A estas y parecidas elucubraciones le daba yo vueltas en el magín durante la manifa del domingo pasado, mientras la gente a mi alrededor coreaba: “El próximo parado / que sea un diputado”.

¡Qué país, Miquelarena!

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