domingo, 2 de junio de 2013

Marcha montañera por la Sierra de La Puebla.-


La de hoy ha sido una bonita marcha por la sierra de la Puebla, en la sierra Norte de Madrid, la que antes se llamaba la Sierra Pobre. En estos pueblos serrano, antaño, se vivía con recursos muy escasos, de ahí el nombre que le dieron tradicionalmente. Según le dijeron a un amigo mío, "vivían de lo que no comían". Desde hace años, con las ayudas de la entonces hada madrina, hoy madrastra, Comunidad Europea, se remozaron todos estos pueblos; sus casas están construidas en lajas de piedra de los entornos y tienen una belleza que podríamos llamar neo-rústica. De un rusticismo al gusto de la mentalidad ciudadana, muy a propósito para atraer turismo rural y amantes de la buena cocina serrana.

El puerto de la Puebla, a 1650 m de altitud, es un pequeño puerto bien conocido por los montañeros madrileños. Desde aquí uno puede subir a la Peña de la Cabra o tomar el sentido norte y girar al este para hacer toda la cuerda hasta la Tornera, y, quien esté dispuesto a alargar la caminata, hasta la Centenera.

Nuestro grupo, Senda Clara, inició la subida hacia un macizo rocoso de nombre Gustarellano, 1770 m., para continuar, cuerda adelante, hasta el Porrejón, que está en la cota 1827. Ésta es una marcha muy aérea, siempre cumbreando por las crestas, desde la que pueden verse los Carpetanos, en este día cubiertos por las nieblas. A su izquierda, el macizo nevado del Peñalara. Siguiendo con la vista la dirección suroeste, podía verse la Cuerda Larga y la Pedriza y la Cabrera. Y si uno alarga su vista por el llano, se tropieza con el Cerro San Pedro, solitario y enhiesto en medio de la llanura; más a su izquierda el bulto que forman las cuatro torres de Madrid levantadas como homenaje al orgullo financiero de la capital en ese momento previo a la burbuja del cemento. Del otro lado, mirando a tierras de Guadalajara, el Cerrón, el Santuy y el Pico del  Lobo. Extendiendo la vista hacia su derecha, el macizo soberbio del Ocejón.  


Del Porrejón, siempre caminando entre calizas, que los pliegues orográficos levantaron hasta casi la verticalidad, el perfil de la sierra tiene, en la distancia, el aspecto de cuchillas y dientes de sierra y forman un paisaje agreste y de gran belleza. Como esta es una marcha que se parece mucho al movimiento de un tobogán, tan pronto subimos algún pico como bajamos a algún collado, poniendo a prueba las piernas de los montañeros. 

Pues eso, que del Porrejón bajamos al collado de las Palomas para subir al siguiente pico, el Pinhierro y bajar, a continuación, al collado Llano. De aquí al Tornera, nuestro objetivo, que es la máxima altitud que alcanzaremos, a 1864 m. Alcanzar este pico nos supuso un continuo baja y sube por pequeñas crestas que parecían no tener fin, hasta coronar.

Pero las vistas desde el pico compensaban cualquier esfuerzo empleado en la subida. El día estaba soleado y la profundidad de campo que alcanzaban nuestros ojos nos permitió disfrutar de la vista de todos los macizos montañosos que he dicho. Por si fuera poco, en la cumbre nos estaba esperando un rebaño de cabras, quienes nos miraban con curiosidad mientras resoplábamos en los últimos metros. No hubo confraternización. Ellas en sus riscos, nosotros junto al vértice geodésico. Sabíamos que, en cuanto nos fuéramos de allí, una vez comido el bocadillo, se acercarían a ver si se podían aprovechar de nuestras sobras. Solo que el montañero suele llevar  un ecologista dentro de su mochila y no dejamos restos, como dicen que está ocurriendo en el Everest, donde los desechos se amontonan por toneladas.

En el trayecto no nos ahorramos cruzar por pedreras y canchales, entre calizas, cuarcitas y pizarras. Los prados de altura verdeaban y veíamos con frecuencia ranúnculos, esas pequeñas flores de un amarillo intenso que van tachonando la pradería. De vez en cuando, jacintos silvestres. En las laderas orientadas al medio día empezamos a ver grandes manchas de brezo en flor.

La cuerda de estos montes forma un arco tendido en sentido oeste-sur-este y desde ella se aprecia que las laderas fueron repobladas por pino en terrazas, de los que se ven grandes manchas. Habrá que bajar mucho hacia la población de La Puebla de la Sierra para que el bosque autóctono de roble melojo se deje ver. Por encima de éste, el bosque degradado ha dejado paso a las matas de cantueso en flor, tomillo y jara pringosa.

Desde lo alto de la Tornera hasta Puebla de la Sierra hay una bajada a huevo con un desnivel, así, a ojo, de unos 700 metros, por terreno irregular donde la amortiguación de las rodillas se somete a una dura prueba. La mía derecha, bastante artrítica, acusó el esfuerzo más de lo que a un servidor le hubiese gustado.

Tuvimos un buen día de sol, vistas soberbias y buena compañía, ¿qué más se podía pedir  en esta primavera que se resiste a dejar los flecos del invierno?

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