miércoles, 25 de junio de 2014

Esas Edades.-


Huyendo de los fastos coronarios de Felipe VI El Preparado, la santa y yo, con escasa vocación de palmeros, hemos puesto asfalto por medio el pasado jueves y hemos ido a visitar Las Edades del Hombre, en Aranda de Duero. 
Se trata de la XIX edición y gira en torno al término cristiano de Eucharistía. El simbolismo de este dogma se hace coincidir con los alimentos básicos del pan y el vino, compartidos en comidas de comunidad fraternal, de forma que el sentido de La Última Cena (del evangelio según San Marcos) es la común unión de toda la cristiandad en un ágape universal. 

Así, la eucaristía sería la acción de gracias por compartir el alimento espiritual que une a todos sus adeptos en un solo cuerpo místico. Y que el improbable lector disculpe por dar estos pespuntes teológicos tan mal hilvanados, pero es que sin comprender este soporte ideológico religioso es difícil entender el objeto de la exposición.

Dicho esto, y siguiendo con el atrevimiento de juicio, este jubilata confiesa que salió bastante decepcionado de la visita. Y esto por dos razones: A pesar de que las diócesis de Castilla y León tienen una riqueza enorme en arte sacro, en esta muestra uno saca la impresión (en símil futbolístico) de que se está jugando en segunda división. A veces, viendo muchas de sus pinturas o esculturas, parece como si las hubieran sacado de viejas sacristías de los pueblos castellanos más recónditos. Es cierto que hay una Última Cena de Murillo, o unos campesinos castellanos, con grandes hogazas, de Vela Zanetti, y otras obras que el desconocimiento de este jubilata no le ha permitido apreciar debidamente, pero, en general, uno recuerda anteriores ediciones de una riqueza artística muy por encima de la muestra actual.

Eso sí, aprendí qué es un bojarte y qué son las lipsanotecas, con lo que mi acervo cultural se vio incrementado en dos términos que difícilmente llegaré a poder usar. De la misma forma que en el museo de arte sacro de Sigüenza, el año pasado, aprendí qué es un oficleido, una especie de bisabuelo de la tuba. Nada como estar jubilado para recrearse en conocimientos perfectamente inútiles. 

La otra razón (y ustedes perdonen la digresión anterior) es que los paneles explicativos parecen más montados con puro  adoctrinamiento ideológico que con intención cultural. Uno echa de menos un plan museístico que muestre la evolución temática de la idea Eucharistía a través de la historia, o una preocupación pedagógica cultural. Lo que aquí parece importar es la justificación del dogma a través de explicaciones que atañen más a emociones y sentimientos religiosos que a la racionalización de un concepto de difícil comprensión para un no iniciado. Quien, siendo creyente, entra convencido, sale convencido. Quien busca arte a través del simbolismo sacro, sale un tanto decepcionado.

Pero que eso no desanime al improbable lector que desee ir a visitar la exposición. Solo la visita a los dos templos donde se ha montado, merece la pena: Santa María la Real, con una bellísima fachada plateresca adosada, en esplendido gótico isabelino, que está celebrando su 500 aniversario, y donde por las noches uno puede admirar un espectáculo de luz y sonido. La otra sede, la iglesia de San Juan Bautista, tiene su origen como fortaleza y conserva una torre almenada. Su fachada, gótica del S. XIV con nueve arquivoltas ojivales, impresiona. El templo se levanta sobre el lugar donde confluyen el río Boceguillas y el Duero, con un interesante puente medieval, y se nota su primitivo carácter defensivo.

Y si uno pasa de sacralidades, dese un paseo por la almendra que forma la antigua población medieval y dedíquese al chiquiteo; unas copas de ribera de Duero ante un buen lechazo y una agradable conversación son motivos suficientes para hacer la escapada. Y si quiere conocer aquellas tierras y pueblos cargados de arte e historia, está en el lugar ideal. Aranda está justo en el cruce de los ejes N-S (Burgos-Madrid) y E-O (Soria-Valladolid). La santa y yo fuimos a visitar el Monasterio premostratense de la Vid y a Peñaranda de Duero, pero no hay lugar para hablar de ello aquí.

En todos los eventos siempre hay una víctima olvidada. En este caso, el “picha-gorda”, que es así como, por lo visto, le llamaban a esa estatua de bronce que representa a un hombre in puris naturalibus, y que estaba, junto a otras, próxima a la iglesia de San Juan Bautista. Por un pudor mal digerido, la autoridad eclesial exigió que fuese retirado, a fin que tanta humanidad que le colgaba por entre las piernas no desdijera del espíritu místico religioso que se desprende de la exposición de arte sacro. 

Lo que no ha parecido entender la clerecía es que, cuanto más desarrollado el órgano reproductor, más facilidades para cumplir el mandato bíblico de “Creced y multiplicaos”. Y si lo que hicieron (lo de retirarlo de su emplazamiento) no fue tanto por el simbolismo fálico cuanto por las promesas carnales que sugiere, erraron de medio a medio. Si no fuera por los goces de entrepierna nos reproduciríamos con la misma desgana que los osos panda, y lo de "henchid la tierra" se hubiese quedado en agua de borrajas. Así que la naturaleza obró con sabiduría, el artista se limitó a dejar constancia y no hay para qué ponerse estrechos, que luego no cabe. 

Pero vaya Vd. y cuénteselo al señor arzobispo de Burgos que dio la orden de extrañamiento. 

miércoles, 18 de junio de 2014

El respetable se indigna.-


Lo que menos se espera uno en la sala de conciertos del Auditorio Nacional de Madrid es que el respetable público se indigne contra la política de derribo cultural programada por el Atila  Wert, ese ex tertuliano de jactanciosa sonrisa y actual Ministro de la Cosa de la Anticultura.

Este domingo pasado  fuimos al concierto de clausura de temporada, en el que se iba a interpretar la misa de réquiem, de Verdi. No pudo ser. Los miembros del Coro Nacional de España llevaban ya un tiempo calentitos por la negativa a cubrir las plazas vacantes por parte del INAEM, y esta semana han decidido plantarse.

En sus inicios, hace ya más de 40 años, el Coro Nacional contaba con 120 miembros, que el próximo septiembre pasarán a sólo 67. Para llegar a esta situación, por parte de los responsables políticos del Ministerio, no ha sido necesario más que esperar cómodamente apoltronados a que los componentes del coro se fuesen jubilando. El tiempo se ha ido encargando de mermar sus efectivos por el simple hecho de su baja laboral al cumplir la edad reglamentaria. No ha sido necesario un ERE, ni un despido masivo, ni una poda traumática; bastaba con el tiempo fuese haciendo labor con su guadaña.

Hay dos formas de hacer política en esta Expaña de indocumentados expertos en el desmantelamiento de la cosa pública: por legislación o por desidia. Mediante la primera se prostituye la Constitución, reformando su Artº 135, que un eufemismo llama “de estabilidad presupuestaria”, y que responsabiliza a los ciudadanos del pago de la deuda odiosa contraída por rescatar los pufos bancarios, amén de toda la legislación antisocial que le cuelga de los bajos; mediante la segunda, basta con cruzarse de brazos y dejar que el deterioro se instale en las instituciones. Ésta es la que han elegido los responsables del INAEM para ir liquidando una agrupación tan respetada por los melómanos madrileños como es el Coro Nacional. La política seguida parece ser: tú no muevas un dedo, que esto se arregla solo.

En la sala, llegada la hora del concierto, no había ni orquesta ni coros, solo el público expectante. Salió al escenario una alta responsable del INAEM para comunicar lo del plante del Coro Nacional y el respetable la recibió al grito de “¡Sinvergüenzas, sinvergüenzas!”. Como se trata gente de clase media, más bien conservadora y poco dada a las algaradas, nadie le regaló los oídos con un “La puta que te parió”, que tampoco hubiera sido inmerecido. Referido, claro está, a esa puta universal, sin rostro definido, responsable de alumbrar a tanto mal nacido que putea al paisanaje carpetovetónico desde sus poltronas y prebendas.

La señora aquella, vista la bronca del respetable, pasó mucho del público presente y se retiró con esa sonrisa petulante que exhiben los instalados en el sistema frente a la indignación de los ciudadanos. Cuando salimos a la calle, subidos en unas gradas que hay en la plaza aneja, los miembros del coro se cubrían la boca con mordazas simbólicas y exhibían siluetas que representaban las bajas de sus miembros, con un gran interrogante. Nos hemos puesto frente a ellos y les hemos dedicado una ovación que ha durado sus buenos 20 minutos, y hemos coreado “Sí se puede, Si se puede”.

Como la desconfianza en los ciudadanos es consustancial al ejercicio del poder, el vestíbulo del Auditorio estaba lleno de seguratas, por si la pequeña burguesía cultureta sacaba los pies del tiesto. En la plaza, policía municipal y un furgón de policía nacional con sus robocops pertrechados con los habituales argumentos disuasorios. Al pasar, miré a los maderos: jóvenes, fortachones y entrenados, y caí en la cuenta: el paro es muy útil porque abunda la materia prima para alimentar los órganos de represión del Estado. Quien consigue plaza, tiene la vida resuelta y libre de responsabilidades laborales: se obedece al amo, y las reclamaciones al maestro armero.

De verdad, créame el improbable lector: es un episodio de tantos, entre tanto dislate anticultural, el que hemos vivido este pasado domingo por la mañana, pero me ha cabreado muchísimo. Lo que de verdad me ha gustado es que, un público tan de orden y nada proclive a la protesta perrofláutica como es el que asiste a los conciertos, estaba verdaderamente indignado por los atentados culturales perpetrados por las hordas wertianas. Lástima que, de puro educado, no les mentó la madre.

Indignez vous!, nos aconsejó Stéphane Hessel. Por algo se empieza.

miércoles, 11 de junio de 2014

Desvelados o reales.-


Estamos viviendo días en que el término “real” no sabemos si se refiere a la realidad o a la realeza. Lo cierto es que estamos en proceso de que el país confunda (interesadamente) una y otra, de forma que no exista la primera sin la segunda. Por eso, este jubilata, atufado por las vaharadas de incienso con que nos están sofocando los mass media y por tanto jabón a la violeta con que perfuman los armiños borbónicos, ha decidido evadirse durante un tiempo de tanto sobo soberano y darse una vuelta por El Matadero.

Qué mejor decisión para olvidar la realidad que nos fabrican que escudriñar una realidad que nos proponen en Desvelo y Traza. Aquí no es la propaganda del sistema quien te construye una realidad a la medida de sus intereses; es el ojo humano, adaptándose a la oscuridad, el que construye imágenes por la pura necesidad de aprehender realidades, aunque sean imaginarias.

El antiguo frigorífico de El Matadero es la nueva caverna de Platón donde el espectador – es un decir, porque uno entra a ciegas – ha de construir, a partir de luces difusas que se van perfilando a medida que el ojo se acostumbra a la oscuridad, realidades que no son más que fragmentos de nada rotos por jirones de luz. 

Digamos que el nervio óptico pone en contacto a los espectadores, que juegan a la ceguera desvelada, con ese pequeño demiurgo que cada cual tiene en su cerebro. Ese diosecillo, caprichoso como todos los dioses, muestra al adepto en cuya maraña neuronal vive,  imágenes que no se sustentan en la realidad; racionaliza sensaciones visuales para que el incauto humano, que se ha prestado al experimento, se auto engañe y busque, desesperadamente, referentes supuestamente sólidos basándose en fantasmagorías. Igualito que los esclavos de la caverna platónica confundían las sombras de su prisión con los objetos tangibles; igualito que los mecanismos del Sistema nos imponen realeza como realidad. A fuerza de insistir, uno acaba por creer en aquello que ve, y la cosa acaba por existir.

Un servidor tuvo problemas para alumbrar, con aquellos pocos jirones de luz que se perfilaban en Desvelo y Traza, cosa que tuviera sustancia; ni siquiera una sustancia tan liviana como la hecha de oscuridades e hilachas de claridades informes. Si los demás presentes en el experimento veían fragmentos de mundos al antojo de su imaginación, a ver por qué coños este jubilata no veía más que manchas lumínicas tan tenues que no le servían ni para imaginarse el caos primigenio donde la diosa razón aún no había introducido orden.

Aquello no traía traza de desvelar mi pobre imaginación, adormecida en un duermevela plano. Al fin, un esfuerzo de voluntad racionalizadora hizo que la imaginación forjara un mundo con cierto orden. De repente, una luz como de noche de luna llena, me hizo ver el perfil de una rama de árbol. A partir de esa realidad provisional, y antes de que la luna se ocultara entre las nubes que parecían como de tormenta, empezó a perfilarse el tronco de un grueso roble (centenario como poco) y el ramaje por entre el cual se apreciaban algunos grises y claridades. 

Al fin, el triunfo de la razón organizó un espacio comprensible por pura necesidad de imponer un poco de orden en tanto barullo de oscuridades. Ya no me sentí un bicho raro; los demás veían, yo también.

Salí de este montaje que llaman “instalación”, pero que también deberían llamar “exposición” en cuanto que el experimento sigue un procedimiento similar a la exposición de una imagen en una cámara oscura, un tanto schopenhaueriano. Si al improbable lector no le molesta el despropósito, claro está. El experimento de Desvelo y Traza me puso en evidencia que los objetos carecen de existencia real fuera de su representación; así, el roble centenario que acababa de ver no tenía más existencia que la expresada a través del fragmento de voluntad universal y pensante que es un servidor.

Creo que haría bien en no meterme en experimentos tan raros, que luego se va la cabeza a pájaros y olvidamos lo esencial: estamos en época de coronación felipesca.  Con las negruras patrias y algunos retazos de luces monárquicas iluminaremos nuestra caverna platónica por otros 39 años.

Y tan felices.

domingo, 8 de junio de 2014

España cañí.-


A veces compramos en una frutería del barrio, regentada por un matrimonio marroquí. Camino de la frutería, en la misma calle, pero un poco más abajo, un ultraderechista montó hace unos años una tienda de parafernalia patriótica, llena de insignias rojigualdas y todos esos adminículos que un español de orden no puede dejar de lucir sin ser gravemente sospechoso de la más aviesa rojez. Verbi gratia: collares y arneses para perro con la bandera de España; llaveros, ceniceros, pulseras, cintas para atar en el retrovisor de coche, todo ello con la enseña patria, y otros muchos objetos perfectamente inservibles, pero muy útiles para españolear con un par de…bien puestos. 

Porque un español en ejercicio de su españolidad a ultranza puede pasar por ser un hortera acreditado cuando luce esos complementos patrióticos, pero lo hace para demostrar que tiene más cojones que el cura de Villalpando, al lucirlos. Dicho sea sin meterse en averiguaciones sobre el volumen gonádico del clero rural, ni valorar el gusto dudosamente estético del patriotismo ultradextrógiro. El mal gusto, por racial y españoleante que sea, no deja de ser una horterada de tanto tamaño como los compañones del clérigo de misa y olla que tanta fama dio al pueblo de Tierra de Campos en tiempos pasados.

Estas semanas, que en la capital del reino se celebran las corridas de toros de las ferias de San Isidro, al pasar por delante de la tienda Patria, he visto en el escaparate un cartel alusivo a la españolidad de la cosa esa de la tauromaquia. Representa una cabeza de toro y una leyenda que dice: “ESTO ES ESPAÑA ¡Viva la Fiesta Nacional!”. De verdad, leído así de sopetón, he sentido como una vaharada de esencia españolista, me han entrado ganas de cuadrarme en mitad de la acera, levantar el brazo y dar el grito de rigor: ¡¡Presente!! No lo he hecho porque soy un rojelio resentido, de esos que critican la encomiable labor de desguace nacional de los chicos de la Gaviota azul genovesa, aparte  que esas cosas del todo por la patria me dejan más bien al fresco. Quiero decir, que el por Dios, por la Patria y la Tauromaquia no me motivan gran cosa, solo me admira la pervivencia de tanta vetustez.

Aunque, como se trata de un bien de interés cultural, me ha picado la curiosidad y he estado huroneando por Internet, a ver cómo se sustenta (económicamente hablando) tanta cultura como emana del cornúpeta hispánico. He descubierto la página oficial de la Comunidad de Madrid, a través de la cual se pueden solicitar ayudas económicas para el festejo taurino, así como las críticas que la progresía perroflauta, los nacionalismos periféricos  y el rojerío en general hacen a fiesta de tanta raigambre y “tan nuestra”, que diría La Razón, cargada de idem.

Según dicen, 564 millones de euros nos cuesta mantener la Fiesta Nacional  – Wert la querría con mayúsculas, y hoy estoy por complacerle – en sus diversas vertientes (corridas de toros, escuelas de tauromaquia, toros de fuego, de la Vega, enmaromados, vaquillas y charlotadas en general) cada año. 47 euros anuales por familia, dicen los que suelen echar este tipo de cuentas. ERC – que además de republicanos son catalanistas y antiespañoles, razones para no fiarse de ellos ni de sus números, nos advertiría un patriota – dice que 700, de los cuales 129,6 proceden de la Comunidad Europea, a través de la política agraria común.

Reconozco en esta cifra, de ser cierta, una admirable justicia poética. El IV Deutschebundesbank Reich, con Mein Frau Merkel al frente de sus Financepanzers nos está subvencionando la juerga de dar capotazos al morlaco, muy en contra de su rígida moral luterana, y con grave escarnio de su tradicional laboriosidad y sentido del ahorro. También la pérfida Albión se rasca la británica faltriquera para subvencionar con la pasta de la City los ¡Ooolééé! y ¡Viva la puta que te parió! , con que el respetable aclama en el coso al matador pinturero tras una faena de antología. 

Que el improbable lector no me diga que el asunto no tiene bemoles. La banca germánica nos desguaza los logros sociales y nosotros les gastamos las perras en juergas taurinas; los británicos, dueños a contra fuero del Peñón y sus monos autóctonos, pagan la banda de música que interpreta España cañí mientras el maestro y su cuadrilla hacen el paseillo por el albero. Cosas veredes, Mío Çid que farán fablar las piedras…

Ciertamente, declarar las corridas de toros de interés cultural - y que ellos nos las mantengan - es un puyazo en todo lo alto del morrillo de la culta Europa. Lástima que el ministro de la Cosa de la Cultura no les haga el salto de la rana, como lo hacía el Cordobés, delante de sus europeos hocicos.  Si a eso le añadiésemos las bendiciones de monseñor Rouco, más patriótico, imposible.

martes, 3 de junio de 2014

La caspa, la casta y la pasta.-


Aparte de que nos van a estrenar nuevo rey, estos últimos tiempos el patio de Monipodio de la política castiza anda un tanto revuelto por culpa de unos tipos sin pedigrí y sin maneras que han pasado de rodear el Congreso a instalarse en el Parlamento Europeo, de vivaquear en tenderetes de plásticos en la Puerta del Sol a pisar las enmoquetadas salas VIPS de los aeropuertos internacionales. En fin, han pasado, sin mayores merecimientos que los votos de un puñado de rojeras casposos, de perroflautas a eurodiputados.

Con razón la casta política, experta en el manejo de los resortes del Sistema, ve cómo éste corre el riesgo de írsele de las manos. Anda lamentándose por tertulias afines al pensamiento único y prensa adicta a la cosa, con aspavientos quevedescos de miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados... Vaticina revoluciones bolivarianas de Chaves redivivos y ve con horror cómo las hordas de barbudos castristas de las plataformas anti desahucio bajan de Sierra Maestra para desahuciar, a su vez, a los herederos de Milton Friedman. Como quien dice, están viviendo los terrores milenaristas por culpa de un anticristo con coleta sin estilismo y una caterva de antisistemas resentidos que quieren dinamitar el F.M.I. y las más sagradas instituciones.

Nunca tal se vio, los antisistema en el corazón de Europa; el zorro bolchevique en el gallinero capitalista; el populismo populachero vociferando en Bruselas - traductor simultáneo mediante - en las 24 lenguas oficiales de la comunidad europea. La leche, oiga.

Vea, vea el improbable lector las cadenas del TDT Party, oiga las tertulias, lea los artículos de quienes imparten la sana doctrina neoliberal y se enterará de que están al borde de un ataque de nervios. Y todo porque cinco frikis tendrán acreditación parlamentaria. El acabose, pordiós.

Todos estos voceros del sistema olvidan que los ciudadanos tienen derecho a votar a quien mejor les parezca, y que sus representantes son tan dignos de respeto como los que más. Aunque replicarán con el conocido, y manoseado, contra argumento: también Hitler ganó unas elecciones democráticas en Alemania y puso Europa patas arriba. Hitler suele ser un espantajo muy útil que se presta a cualquier componenda. Pero sólo instalado en una ideología a piñón fijo se puede imaginar uno a las huestes de Podemos desfilando al paso de la oca, gaseando banqueros y políticos corruptos. No hace falta que lleguen a esos extremos, con que les echen a vivir con el salario mínimo ya se les impone bastante castigo.

En vez de enrabietarse por el auge del perroflautismo casposo y lanzar anatemas, deberían sosegarse un poco los de la casta y sus adláteres, y hasta darse alguna que otra alegría de bragueta; el refocile en tiempos de desolación es cosa que apacigua mucho los ánimos soliviantados y sosiega los espíritus atormentados. Verían la vida de otro color. Porque, no nos pongamos trágicos: en realidad, lo que ha ocurrido es que los de Podemos han dado con el ábrete, sésamo que da acceso a la cueva de Alí Babá y ahora entrará un poco de aire fresco en las instituciones europeas. Tampoco es el fin del mundo.  

Pero los jubilatas, algunos al menos, seguimos estos asuntos con el escepticismo que nos nace de un corazón endurecido por quinquenios de decepciones, promesas incumplidas y una recua de ilusiones políticas frustradas. Algunos todavía recordamos aquellos tiempos prometedores cuando el trileo de la Transición, de cuando el tándem González-Guerra vestía chaqueta de pana con coderas, nos convencieron de que "OTAN, de entrada, no" y luego fue que sí, y el ideario socialista quedó olvidado en el viejo baúl del abuelo Marx. 

Algunos, jóvenes ilusos que éramos, nos creímos lo del progresismo de izquierdas. Ellos pasaron de la caspa a la casta, instalándose en el poder y la pasta; nosotros nos quedamos con el crecepelos que nos vendieron los charlatanes de feria y fascinados con su labia. Esperemos que ahora la poda de Podemos limpie un poco la maraña del zarzal europeo y deje el camino expedito a los ciudadanos.

Pero de fe, mal que nos pese, andamos un poco escasos. Ya nos lo dejó dicho don Ramón, el de las barbas de chivo: Las revoluciones, cuando triunfan, se hacen muy prudentes. Y nosotros, mientras no se desmonte la Europa de los mercaderes, seguiremos desconfiados. 

¡Qué cruz!