miércoles, 18 de junio de 2014

El respetable se indigna.-


Lo que menos se espera uno en la sala de conciertos del Auditorio Nacional de Madrid es que el respetable público se indigne contra la política de derribo cultural programada por el Atila  Wert, ese ex tertuliano de jactanciosa sonrisa y actual Ministro de la Cosa de la Anticultura.

Este domingo pasado  fuimos al concierto de clausura de temporada, en el que se iba a interpretar la misa de réquiem, de Verdi. No pudo ser. Los miembros del Coro Nacional de España llevaban ya un tiempo calentitos por la negativa a cubrir las plazas vacantes por parte del INAEM, y esta semana han decidido plantarse.

En sus inicios, hace ya más de 40 años, el Coro Nacional contaba con 120 miembros, que el próximo septiembre pasarán a sólo 67. Para llegar a esta situación, por parte de los responsables políticos del Ministerio, no ha sido necesario más que esperar cómodamente apoltronados a que los componentes del coro se fuesen jubilando. El tiempo se ha ido encargando de mermar sus efectivos por el simple hecho de su baja laboral al cumplir la edad reglamentaria. No ha sido necesario un ERE, ni un despido masivo, ni una poda traumática; bastaba con el tiempo fuese haciendo labor con su guadaña.

Hay dos formas de hacer política en esta Expaña de indocumentados expertos en el desmantelamiento de la cosa pública: por legislación o por desidia. Mediante la primera se prostituye la Constitución, reformando su Artº 135, que un eufemismo llama “de estabilidad presupuestaria”, y que responsabiliza a los ciudadanos del pago de la deuda odiosa contraída por rescatar los pufos bancarios, amén de toda la legislación antisocial que le cuelga de los bajos; mediante la segunda, basta con cruzarse de brazos y dejar que el deterioro se instale en las instituciones. Ésta es la que han elegido los responsables del INAEM para ir liquidando una agrupación tan respetada por los melómanos madrileños como es el Coro Nacional. La política seguida parece ser: tú no muevas un dedo, que esto se arregla solo.

En la sala, llegada la hora del concierto, no había ni orquesta ni coros, solo el público expectante. Salió al escenario una alta responsable del INAEM para comunicar lo del plante del Coro Nacional y el respetable la recibió al grito de “¡Sinvergüenzas, sinvergüenzas!”. Como se trata gente de clase media, más bien conservadora y poco dada a las algaradas, nadie le regaló los oídos con un “La puta que te parió”, que tampoco hubiera sido inmerecido. Referido, claro está, a esa puta universal, sin rostro definido, responsable de alumbrar a tanto mal nacido que putea al paisanaje carpetovetónico desde sus poltronas y prebendas.

La señora aquella, vista la bronca del respetable, pasó mucho del público presente y se retiró con esa sonrisa petulante que exhiben los instalados en el sistema frente a la indignación de los ciudadanos. Cuando salimos a la calle, subidos en unas gradas que hay en la plaza aneja, los miembros del coro se cubrían la boca con mordazas simbólicas y exhibían siluetas que representaban las bajas de sus miembros, con un gran interrogante. Nos hemos puesto frente a ellos y les hemos dedicado una ovación que ha durado sus buenos 20 minutos, y hemos coreado “Sí se puede, Si se puede”.

Como la desconfianza en los ciudadanos es consustancial al ejercicio del poder, el vestíbulo del Auditorio estaba lleno de seguratas, por si la pequeña burguesía cultureta sacaba los pies del tiesto. En la plaza, policía municipal y un furgón de policía nacional con sus robocops pertrechados con los habituales argumentos disuasorios. Al pasar, miré a los maderos: jóvenes, fortachones y entrenados, y caí en la cuenta: el paro es muy útil porque abunda la materia prima para alimentar los órganos de represión del Estado. Quien consigue plaza, tiene la vida resuelta y libre de responsabilidades laborales: se obedece al amo, y las reclamaciones al maestro armero.

De verdad, créame el improbable lector: es un episodio de tantos, entre tanto dislate anticultural, el que hemos vivido este pasado domingo por la mañana, pero me ha cabreado muchísimo. Lo que de verdad me ha gustado es que, un público tan de orden y nada proclive a la protesta perrofláutica como es el que asiste a los conciertos, estaba verdaderamente indignado por los atentados culturales perpetrados por las hordas wertianas. Lástima que, de puro educado, no les mentó la madre.

Indignez vous!, nos aconsejó Stéphane Hessel. Por algo se empieza.

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