domingo, 15 de enero de 2017

Una caminata: de la torre de señales a Miaccum.-

Marcha diseñada por Juan F. Romero.

Llama la atención al caminante, cuando atraviesa el pueblo de Collado Mediano, encontrar un monumento con un gran ancla junto a un fuste cilíndrico de piedra labrada. Es difícil imaginar que este pueblo, situado en la presierra madrileña, tuviera algo que ver con las cosas del mar, pero así es. En 1944 la marina española construyó aquí un hospital antituberculoso sobre terrenos cedidos por el municipio, que acogió también a los colladinos afectados por la tuberculosis. Como recuerdo queda este ancla junto a la columna, para simbolizar el hermanamiento.

El amigo Juan Romero nos preparó una caminata  por tierras colladinas para que el veterano Trío de los Tejos pudiésemos disfrutar de un día de naturaleza a golpe de bota montañera, además de un par de visitas interesantes que pueden entrar dentro de la arqueología histórica y la industrial o técnica, dicho sea con minúsculas. Es nuestra costumbre, siempre que sea posible, aunar el esfuerzo caminero con el disfrute de la naturaleza y la observación de bienes culturales que han quedado integrados en el paisaje. Somos, por decirlo así, modestos seguidores de las enseñanzas de la Institución Libre de Enseñanza: ejercicio físico hermanado con naturaleza, cultura y paisaje.

Cerca de la casa de cultura hicimos nuestra primera estación para ver el enorme castaño de indias que no podíamos dejar de visitar. Primero, por su gran porte; segundo, porque siendo su nombre botánico el de aesculus hippocastanum, de tanta enjundia latina, merecía pleitesía. En aquella plazuela, rodeado de coches y desnudo de hojas, parecía como preso y necesitado de espacio donde expandirse y mostrar su majestuosidad de árbol singular. Está recogido este ejemplar en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora de la Comunidad de Madrid.

Entre Collado Mediano y Moralzarzal existe un cerro de 1.330 m. de altitud que recibe el nombre de Cabeza Mediana. Cuando uno llega a su cima se encuentra en una cabeza alomada, con suave curvatura y despejada. Allí, el caminante ve en lo alto una torre, cuadrangular, de líneas simples, con un cierto porte militar, rematada por unas barras metálicas verticales, unidas entre sí por chapas horizontales a ciertas distancias y una esfera móvil que se deslizaba a lo largo de un vástago. Tiene tres cuerpos y el acceso se hacía por el primer piso, con una escalera escamoteable, a fin de evitar asaltos o robos. Es la torre de señales nº 5, de 52 que había en la línea, que enlazaba el telégrafo óptico con origen en el Cuartel de Conde Duque y final en Irún.

El diseño de la línea fue obra del coronel de ingenieros José Mª Mathé, quien lo ideó para comunicar a la Corte con lugares de interés estratégico. Lamentablemente, el sistema de señales ópticas tuvo una vida efímera  (entre 1846 y 1855) porque se impuso rápidamente el telégrafo eléctrico. Aunque no podía competir con él en eficacia, podía enviarse un mensaje cifrado desde Madrid a Irún en tres horas, y si se tiene en cuenta que el correo de la época se hacía a uña de caballo…

Pues eso, estuvimos en el cerro, vimos la torre, afortunadamente restaurada, y algo aprendimos sobre viejos sistemas de comunicación que han quedado en el olvido y a los que, según parece, no se ha dedicado demasiada atención. Son cosas que pertenecen ya a la arqueología técnica, pero que forman parte de nuestra historia contemporánea y, como tal, forman parte del patrimonio del país.

De la misma forma, también un lugar arqueológico de visita interesante, es Miaccum, en una zona de dehesas, de nombre El Beneficio. No se tiene mucha certeza, pero se da por aceptable – hasta que nuevas investigaciones pongan las cosas en su lugar – que es una mansio romana, posada o venta, junto a la vía XXIV antonina; vía secundaria que enlazaba Segovia con Complutum, atravesando por el puerto de la Fuenfría. La posada no debía carecer de comodidades, ya que tenía una sala comedor, dormitorios, cocina (aparecieron restos de abundante menaje en las excavaciones) y hasta un baño con su caldarium y tepidarium. Hubiera hecho las delicias de don Quijote y Sancho, si hubieran encontrado tales comodidades en los tiempos del asendereado caballero. Aquella venta no le hubiese parecido castillo, sino palacio y de muchas campanillas.

Hoy en día el lugar está protegido por una cubierta, aunque cerrado a las visitas. Hay, en las proximidades, un centro de interpretación, también cerrado momentáneamente. Supongo que es debido a la falta de recursos, mientras vemos si del rescate de las autopistas aznariles sobran algunas migajas para emplear en cultura.

Próximo al yacimiento, en el camino de acceso pueden verse unos metros de enlosado que, dicen, es un resto de la calzada, sobre la que corría, pasados los siglos, una cañada de ganados.


En nuestro caminar pasamos por zonas de pinos de repoblación, muchos de ellos afectados por la procesionaria. Se ve que el cuidado del monte no produce dividendos, como los bancos, ni es objeto de rescate como ellos, ni cristo que lo fundó. 
El bosque autóctono está representado por chaparras y enebros (unas cabras andaban comiendo los brotes más tiernos), y donde ha desaparecido el bosque original, matorral con jara o estepa, tomillo, cantueso, algo de herbazal como matas de berceo, y otras especies que este jubilata no conoce o no se fijó en ellas. 

También vimos dos antiguas canteras abandonadas, muestras de la minería propia de aquella zona.  La cantería ha sido, tradicionalmente, una de las actividades económicas de este municipio. Sus canteras de granito se localizaban por la zona del El Chaparral. De allí se extrajo la piedra para el adoquinado de Madrid en el S. XIX. También el plan de adoquinado de carreteras, en 1923, durante el llamado Directorio del dictador Primo de Rivera, sirvió para dar trabajo a los jornaleros del pueblo. Actualmente no hay canteras en explotación, aunque sí en el próximo pueblo de Alpedrete.


Y como muestra del folclore rural, símbolo de una España profunda a dos pasos de la Gran Vía, sepa el improbable lector que, en una finca próxima, un cartelón de notables dimensiones avisaba: Guarda gitano. Javi. Nosotros, caminantes que éramos y gente de paz que estaba de paso, no profesos en la orden de Monipodio, pasamos de largo charlando de nuestras cosas.

Ya de regreso a Collado Mediano, en la dehesa de la Jara, entre fresnos y encinas, entramos a ver un espléndido alcornoque (quercus suber), dizque de unos 300 años de edad, según una tomografía que se le hizo en 2014. Tiene un porte tan majestuoso que despierta admiración, y goza de una salud que para nosotros quisiéramos los que estamos en edad provecta y no alcanzaremos, ni de coña, la suya, por mucha farmacopea que inventen los humanos.

No podía faltar en estas andanzas un rato de asueto para aliviar la carpanta tras tanto trajín caminero, con el bocata que siempre viaja en el fondo de la mochila. Teníamos por recostadero una roca y por manteles los verdes prados, y todo el horizonte por alojamiento. Si alguno de los presentes aspira a más es porque nunca ha caminado por prados, montes y veredas, ni ha respirado el olor que desprende el tomillo cuando tus botas montañeras pasan sobre él. 

Así que, amigo lector, no te quedes en casa que hay mucho que disfrutar fuera del asfalto. Sacúdete la pereza, cálzate las chirucas, coge el morral y ve a conocer la naturaleza antes de que las hordas negacionistas de Trump conviertan el planeta en un erial con alambradas y no tengas más horizonte que la pantalla de tu Iphone.

3 comentarios:

  1. Jabi Jitano poleador y guardia sibil15 de enero de 2017, 13:59

    Esta pole sí que da pereza.

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  2. ¡Lo sabía! ¡¡¡¡Me han robado la pole!!!! ¡¡¡¡Siempre que estoy a punto de comer sucede algo que lo impide!!!! ¡¡¡¡BUAAAAHH!!!!
    https://oidoenlacocina.files.wordpress.com/2012/04/sin-tc3adtulo1.png

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