domingo, 7 de mayo de 2017

Por tierras del Caucaso.- Georgia, II



En días previos al viaje por esas tierras a medio camino entre Europa y Asia, andaba este jubilata leyendo un librito de puro entretenimiento: Viajeras intrépidas y aventureras, cuando me tropecé con esta cita de Carmen de Burgos Colombine: “No comprendo la existencia de personas que se levantan todos los días a la misma hora y comen cocido en el mismo sitio. Si yo fuera rica no tendría casa. Tendría una maleta y a viajar siempre”.

De Carmen de Burgos ya tenía este jubilata alguna noticia a través del curso Uned Senior de Literatura y tertulias literarias, y sabía que era mujer de mérito. Nacida en el S. XIX, fue la primera periodista y redactora que ejerció como tal en España, lo que dice mucho de su afán por superar las limitaciones que la sociedad imponía a la mujer en su tiempo. Su espíritu rompedor y adelantado a la época siempre me ha llamado la atención. De haber podido viajar, seguro se hubiese venido con nosotros hasta el Cáucaso y hubiera contado sus experiencias en el Diario Universal, que dirigía Augusto Figueroa. De ella me acordé mientras nuestro autobús daba saltos por aquellas carreteras tan bien provistas de baches.

Describir la sociedad y las formas de vida del pueblo visitado no suele ser tarea fácil para el viajero. Primero, porque recorre tantos lugares y con tantas prisas, que echa en falta el necesario reposo para la observación; en segundo lugar, porque el conocimiento del medio le llega a través de un guía – en este caso, nuestra inestimable Maia – quien mediatiza la información, dando una visión apta para turistas que sientes curiosidad pero tampoco quieren complicarse mucho la vida. Sea como fuere, algunas impresiones anotadas a vuelapluma:

La mayoría de la gente vive en Tblisis (casi la mitad de la población total), dedicada al sector terciario y la administración. De la industria, lo que llama la atención al observador son las grandes fábricas del periodo soviético abandonadas ante el cambio de paradigma económico, pues una economía de uso, con manufacturas hechas para durar (los Lada rusos aún andan por las carreteras, y aquí no soportarían un paso por la ITV), no puede competir con una producción masificada para el consumo, con obsolescencia programada. Pero eso el improbable lector ya lo sabe.

La población que no se concentra en ciudades vive en el campo dedicada a agricultura y ganadería. Mientras viajamos hacia la región vinícola de Kakheti, atravesamos las tierras montañosas de Gombori, y los pueblos que vimos al paso, agrícolas, presentaban un cierto abandono, con casas cerradas, semiderruidas, algunas fincas abandonadas. El viajero supone – no lo sabe con certeza – que el clima, en esta zona montañosa, no ayuda y la gente ha emigrado a la ciudad en busca de oportunidades.

En una entrada anterior se habló de la importancia que la Iglesia ortodoxa y apostólica georgiana tiene en estas gentes. Pasamos ante la residencia del patriarca ortodoxo, actualmente Hilia II, y aquí es donde las explicaciones de nuestra guía pusieron en evidencia la estrecha relación entre religión y nacionalismo. Frente a la dominación  rusa – primero zarista, después soviética – la religión se convierte en una trinchera desde la que se ha defendido la identidad nacional. De hecho, el viajero ya se ha dado cuenta desde los primeros días de estancia en el país, que los monumentos históricos a visitar serán monasterios e iglesias, y que no encontrará ni un museo abierto porque estamos en semana santa y son fiesta de guardar.

Quizás, para recordar que estas tierras están vinculadas a la expansión de las colonias griegas hasta el mar Negro, conviene recordar la expedición de Jasón en busca del vellocino de oro y que le llevó hasta la Cólquide. Según cuentan, con su barco Argos remontó el río Ni (nombre actual), hasta llegar a la corte del rey Eetes (hoy la ciudad de Kutasi, segunda en importancia de Georgia y sede del parlamento). Según dicen por estas tierras, lo del vellocino de oro tiene una base de realidad, ya que en los ríos auríferos, los naturales acostumbraban a introducir pieles de cordero en su lecho para que entre los vellones se fueran depositando las arenas auríferas. Este jubilata no puede confirmar la certeza del viaje, pero cuenta lo que, entre otros autores antiguos, dice Apolonio de Rodas en Las Argonauticas y lo que dice la tradición local.

Nosotros, argonaturas a la moderna, en un bus alemán confortable, atravesamos la sierra de Gombori para entrar en la región vinícola de Kakheti. Esta sierra es una cadena montañosa cuyo pico más alto alcanza los 3.500 m. actúa como divisoria entre los ríos Alazani y Iori y es como una presierra previa al Gran Cáucaso que hace frontera con Rusia por el norte.

Dice la guía (quizás un poco exageradamente) que en Georgia se producen 500 variedades de uva y pondera la calidad de sus vinos. Está en su casa y hace bien. En esta región de Kakheti se sigue elaborando el vino al modo tradicional como hace ocho mil años, emparentado la tradición vitivinícola con el mismísimo patriarca Noé. La uva se pisa o prensa, se maceran juntos el mosto y el hollejo y se fermenta en tinajas de barro. Es vino para consumir en el año y no se puede embotellar. A este proceso tradicional la UNESCO ha reconocido como patrimonio  cultural inmaterial de la humanidad. Solo que ese procedimiento artesanal se lleva haciendo por tierras manchegas desde hace siglos y los lugareños lo llaman “vino de pitarra”.

No debe el viajero contar todo lo que hizo y vio en este viaje, no sea que el lector le tome por presuntuoso y le mire con ojeriza. Como experiencia curiosa, sepa que comimos en Gremi, en la casa de una familia campesina. 
Tanta variedad de platos: ensaladas, verduras, carnes, con distintas sazones, todo rico y abundante, regado con vino de pitarra de la cosecha familiar. A los postres, buena repostería, acompañada de coñac georgiano y chacha, aguardiente destilado por ellos. Antes de los postres, una de las niñas de la familia nos interpreta una pieza al violín. Después, una nena de unos 8 años, también toca su violín entre las interrupciones a puro aplauso de los componentes del grupo, entre los que ha ido haciendo efecto la chacha local y les ha puesto eufóricos. Resulta que una de las hijas de la familia estudia cocina en la Basque Culinary Center – dicho así por aquello del prestigio internacional – de San Sebastián, para que se vea qué pequeño es el mundo. Es motivo suficiente para brindar con aguardiente por la confraternización universal a través de la gastronomía. El grupo, en agradecimiento, le canta a la familia la cruz del Gorbea, las mañanitas y adiós con el corazón. Una foto colectiva, muchas risas de graduación alcohólica y al coche, que queda mucho por correr y visitar.

Por seguir con el espíritu del padre Noé, tan patriarca de estas tierras, en Velistsije paramos a visitar unas bodegas de unos 300 años de antigüedad, que llevan el nombre de la dueña, Numiri. En el sótano se conservan abundantes tinajas en barro cuyas bocas se ven en el suelo de la planta de calle. Nos explican cómo se hacía la limpieza de su interior antes de llenarlas con el vino nuevo. Tiene la bodega una planta superior donde su dueña ha ido acumulando todos los objetos que ha debido encontrar por la zona. 


Una especie de museo etnográfico un poco sin orden ni concierto, pero vistoso: muebles, alfombras, viejos televisores de tubo, una colección de trompas y tubas de cobre, fotos, planchas de carbón… y todo lo que el curioso puede y no puede imaginar. De despedida una degustación de los vinos del lugar que se acompañan de queso blando muy salado para estimular las ganas de beber, y ese pan tan sabroso que hacen en este país.

Más, más lugares visitamos en este viaje georgiano, no se vaya a creer el improbable lector, pero no conviene abusar de su paciencia, y por eso lo dejamos aquí.


2 comentarios:

  1. Genial!!! Me encantan las fotos también. Dan ganas de verlo, ya. Disfruto leyendo tus aventuras! Gracias!

    ResponderEliminar
  2. Subpole de consuelo.

    ResponderEliminar