domingo, 6 de mayo de 2018

Impresiones de un viaje a La Apulia,.


Anda el jubilata, estas últimas semanas, viviendo su vida como entre paréntesis. En momentos así, mientras  se vive un trozo de existencia con monotonía doméstica, es buen remedio recurrir a los recuerdos y revivirlos como actuales. Éstos, afortunadamente, tan recientes que parece hace sólo dos días que bajaste del avión.

La Apulia (así lo decimos en español; Puglia, la llaman los italianos) es el tacón de la bota italiana que comprende desde el promontorio del Gargano, al norte, hasta Leuca, en el extremo sur. El mar Adriático, por un lado, la región de Basilicata y el mar Jónico por el otro, delimitan esta región, plana como la palma de la mano, a excepción del dicho promontorio Gargano, que se eleva casi 900 m sobre el nivel del mar y forma lo que podríamos denominar la espuela de la bota.  Pero esas cosas, improbable lector, las puedes ver en el Google Maps ese y así te ahorras las tediosas explicaciones geográficas.

En todo viaje siempre hay pequeñas anécdotas o sucedidos que el viajero suele dejar al margen porque forman parte de las incomodidades que debe sufrir en el día a día, y cuya evidente vulgaridad desmerecería a la hora de contar lo guay que lo estabas pasando. Porque de lo que se trata es de pasárselo súper guay, de visitar muchos sitios para hacerse muchos selfis (yo y una catedral; yo y mi pareja en otra catedral, yo y un plato de espaguetis…), publicarlo en las redes sociales y que así se enteren tus amigos, parientes y afines. La envidia que despertamos en los demás con nuestro relato es tanto o más satisfactoria que el propio viaje.

El propio don Miguel de Unamuno decía que no se viaja por placer; se viaja para decir que se ha estado aquí o allá. Y eso que en tiempos de don Miguel no podía ni sospecharse lo del móvil, y mucho menos el invento ese de los selfis exhibicionistas con que inundamos las redes sociales. El consumo de felicidad aumenta en muchos decibelios cuando se lo contamos a todo bicho viviente

Pero olvidamos, a propósito, lo más perentorio en los viajes. Vamos a ver: ¿Cuántas veces el turista no ha sentido la necesidad urgente, inexcusable, angustiosa, de buscar un retrete donde aliviar la vejiga? Montones. Y, entonces, si forma parte del paisaje diario en todo viaje, ¿por qué no se habla de ello? Y, sin embargo, bien nos gusta hablar de las cervecitas que vamos trasegando, o de las comidas tan ricas que nos metemos entre pecho y espalda. Por eso, a este jubilata prostático, mientras recorría La Apulia, le dio por preguntarse, ¿Qué razón hay para que hablemos, e incluso presumamos, de la materia orgánica que entra por un extremo del tubo digestivo y no de los humores que salen por el otro extremo?, mientras recordaba a Buñuel y su Fantasma de la libertad.

Por eso, aunque de ello nunca se habla debido a un cierto pudor pequeñoburgués, no está de más recordar que uno de los afanes del viajero es siempre encontrar un aseo a mano, Antes – preferentemente – o después de visitar monumentos. También por eso, los aseos públicos, por estas tierras italianas, son un negocio tan digno – y aún más necesario – como las tiendas de recuerdos que abundan allí donde los autobuses descargan turistas.

Visitando Castellana grotte, un cartel de acceso a los urinarios públicos advertía: Si ruega di muniri di monete di 50 centesimi, imprescindibles para pasar el molinillo que da acceso al tan ansiado excusado. Pecunia non olet (el dinero no huele), dicen que dijo el emperador Vespasiano cuando le reprocharon que pusiera un impuesto a una actividad de tan baja estofa como era la de las letrinas públicas de Roma.

Satisfacer necesidades elementales es cuestión de primer curso de logística  a no olvidar en todo desplazamiento, y es, también, cuestión de dinero de bolsillo.  En este viaje del que se hablará, el dinero de bolsillo se iba en pagar botellines de agua a 1 €, cafés macchiati a 1 € y alivios de vejiga a 50 céntimos. Son cuestiones, quizás por lo básicas, de las que nunca se dice nada, pero muy necesaria para el feliz desarrollo del viaje. Pero no se insistirá más sobre el particular, no se le vayan a achacar a este jubilata vergonzosas inclinaciones coprofilas.

Otra experiencia viajera, difícilmente evitable, es el transporte aéreo. No solo por los vuelos, sino por los controles. Si un ciudadano quiere conocer de primera mano la sensación de sentirse humillado, despojado, escudriñado, vigilado como posible terrorista, no tiene más que pasar esos controles de seguridad de los aeropuertos. Aunque la sensación de oveja en aprisco, haciendo colas en un aeropuerto, lo hace más llevadero por aquello de que mal de muchos, consuelo de tontos. Y si quiere, y aunque no quiera, perder su condición y dignidad de viajero para ser considerado un bulto, viaje en un vuelo low cost. Nosotros hicimos el viaje en RyanAir y fue experiencia como de cosa empaquetada.

Ryanair es una mierda. Perdone el lector, pero es la primera frase escrita en mi diario de viajes. Pagar 40 € por una maleta de 14 kilos es la primera sorpresa, desagradable, que nos llevamos algunos viajeros desavisados porque no entendimos las normas de la compañía. Normas modelo traga-perras, cuya finalidad es ir esquilmando al usuario (no viajero, sino consumidor) a fuerza de suprimir servicios y ofrecer consumo con precio: bocadillos, refrescos, venta de perfumes y relojes, y hasta loterías con rasca-rasca. El avión, un cilindro hueco con motores, está pensado para viajar con las menores comodidades, las imprescindibles para no correr riesgos, y el máximo aprovechamiento de espacios para hacinar viajeros. Centímetro que ganas, euro que entra en caja, parece ser la máxima.

Y, se preguntará quien lea esto: Vamos a ver, y el jubilata, ¿cuándo dejará de gruñir y va a contarnos su viaje? Pues, improbable y no por eso menos amigo lector, tendrá que ser en otra ocasión. Porque el viaje fue very guay, pero no quiero cansarle extendiéndome en el relato, que tampoco son los viajes de Marco Polo al exótico Catay.

2 comentarios:

  1. Esperamos con ilusión el resto, que celebraremos que sea la suma y hasta la multiplicación de experiencias en la Puglia esa de la bota. Los fans se dividen: unos quieren más Puglia, mientras que otros prefieren más bota. Veremos

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  2. Bién anotado las dificultades. También me apunto a leer más anécdotas acerca de ésta región que quiero visitar algún día de éstos!

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